El supuesto concurso para ocupar los tres escaños en el Consejo General apenas había comenzado cuando mutó de fiesta promisoria en broma de pésimo gusto. Si vale la alegoría festiva, el relato es más o menos simple. La Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados (JUCOPO), en papel de anfitrión, lanzó invitaciones a la ligera, como si se tratara de una fiesta cualquiera; quienes se sintieron interpelados los invitados a ser consejeros/así, entendieron que había que ir; y ya estando allí, sin posibilidad de regresarse a cambiar, se enteraron de asistían a una fiesta de frac; y que un jurado integrado por inmaculados notables (el Comité Técnico) revisaría con toda objetividad la calidad de la vestimenta, el lustre de los zapatos, y la sofisticación en el acicalado. Luego de una revisión estrictamente técnica, cual corresponde a estos notables, habría puntuaciones por cada uno de esos aspectos, que permitirían con toda objetividad determinar ganadores y perdedores.

La pregunta a la JUCOPO, si es que de eso se trataba la fiesta, es ¿por qué no les avisaron a los invitados sobre las particularidades de la fiestecita? Digo, si los querían bonitos/as, al menos les hubieran avisado con anticipación que debían llegar bien bañaditos, con sus mejores trapitos y sus mejores adornos. No dudo del hecho de que previo aviso de las reglas, si de una evaluación justa se trataba, los invitados seguramente habrían hecho sus mejores esfuerzos para realzar sus virtudes. Por desgracia, la situación no fue así. La evaluación de los aspirantes ha procedido de espaldas a la más básica de las reglas del decoro y la probidad: que el evaluador fije los objetivos de su búsqueda y, ex ante, dé a conocer los métodos e instrumentos que implementará para medir y poner en un ranking las virtudes de los evaluados. La prueba irrebatible de este desaseado y tramposo proceder está en los comunicados sobre los lineamientos, la metodología y los instrumentos que la Jucopo ha venido colocando en el portal de la Cámara, ya con el concurso iniciado, los invitados en la fiesta y los múltiples señalamientos sobre la probidad del proceso y la objetividad de las evaluaciones.

Habrá quien quiera desplazar los yerros iniciales hacia el debate sobre la validez y confiabilidad de los instrumentos. Sin desestimar la relevancia de las metodologías y los instrumentos, lo cierto es que el proceso fracasó desde el inicio. Cualquier mediano conocedor de las reglas de experiencia entiende que, cualquiera sea su materia y sus instrumentos, la funcionalidad de la evaluación presupone que el evaluado conoce previamente e incluso coopera activamente las reglas y el contenido de la evaluación.

A propósito de lo anterior, sorprende el simplismo con el que los reputados académicos que integran el Comité Técnico pretenden resolver el galimatías en que se encuentran. Con singular alegría, como quien no quiere la cosa, practicaron el salto mortal de convertir los requisitos de participación en componentes de la evaluación, bajo criterios y fórmulas de ponderación inexistentes, a la vista de los expedientes de los concursantes y con abierto margen para calcular los impactos de las diversas opciones y privilegiar los resultados apetecibles. Así se procedió con los currículums vitae y la carta de exposición de motivos, que en opinión de los citados académicos entrañan fuentes de información pertinentes y confiables  para permiten identificar, incluso medir, las cualidades de liderazgo y negociación de los aspirantes. Habrá que revisar si existe en los anales del reclutamiento y la selección por méritos una tontería de este tamaño.

En suma, sobre el bárbaro proceder de la Jucopo, entendible bajo la lógica estratégica de un modelo de selección tan impune como sea posible, los “académicos” del Comité Técnico asumieron que podían evaluar atributos que nunca se les solicitaron a los aspirantes y, lo que es peor, que difícilmente pueden ser evaluados a través de las evidencias disponibles.  Tamaña ligereza, obviamente, no es gratuita ni puede pasar desapercibida. Para hacerse de información sobre las habilidades de liderazgo y negociación de los aspirantes, suponiendo que César Astudillo y su séquito entienden lo que eso significa, existen instrumentos sofisticados, incluso de acceso libre en la internet.

Si no tenían el tiempo para una indagación más o menos seria sobre variables cruciales, lo menos imprudente hubiera sido apostar a la entrevista. El pequeño problema con dicho proceder, es que el Comité Técnico, con sus evaluaciones, dio por entendido que con la carta de exposición de motivos y los currículums era más que suficiente. Salud por ellos. Hagamos votos porque en algún momento informen sobre por qué despreciaron la oportunidad de observar en los currículums las probabilidades de la distancia con los partidos políticos y de un proceder independiente. ¿Acaso no la debilidad autonómica del INE y la amenaza de las prácticas de asignación por cuotas ameritan un énfasis especial en ello?

Si el curso de los acontecimientos sigue como hasta ahora, lo más probable es que conozcamos los criterios para la integración de las quintetas con posterioridad a su notificación. Y la razón es que existe un modus operandi simple: la Jucopo decide hacia dónde y el Comité Técnico le da la forma de una decisión metodológicamente rigurosa. La condición básica para que ello funcione es que las reglas jamás se conozcan con anticipación. Tal proceder de los integrantes del Comité Técnico recuerda las alusiones de Jonathan Swift, en Los viajes de Gulliver, a los cortesanos, que se comportan como saltimbanquis (payasos, diríamos hoy), porque cualquiera sea la instrucción que reciben y desde luego acatan, siempre se las arreglan para caer parados y apelar a sus floridos argumentos sobre el rigor metodológico de sus decisiones.

El pequeño problema con estos saltimbanquis es que, como apuestan todo a quedar bien con quien les paga, no tienen reparos en insultar la inteligencia de quienes les observan. Sin lugar a dudas, al igual que sus antecesores que innovaron en truculencias al forzar los resultados y poner a diversos aspirantes hasta en tres quintetas, estos saltimbanquis están de campeonato. Pretender ganar reconocimiento por dar a conocer a toro pasado lo que debieron informar previamente. Para cerrar esta pinza, sólo falta saber cuánto cobraron. Esa sería exactamente la medida de sus servicios por hacer pasar una decisión política como si fuese meritocrática.

 

*Analista político

@franbedolla