Por muchas razones, el proceso de selección de los tres consejeros electorales del INE ilustra con toda crudeza y dramatismo los peores vicios y corruptelas de nuestra historia y presente: un país sin proyecto y sin ideales, en el que las instituciones estatales, sacralizadas en el discurso por quienes las regentean, funcionan a la vista de todos de manera fatal como burdo instrumento al servicio de sus afanes rentistas, mundanales y cortoplacistas. Seguramente, más al amparo del júbilo que de la derrota, los políticos y burócratas de siempre, insuflados por las prebendas de la corrupción, soslayan la pregunta por las consecuencias de sus victorias pírricas.

Cierto, los tres consabidos partidos políticos, soporte de este desahuciado régimen, volvieron a la salirse con la suya. La diferencia es que esta vez el descaro rebasó los umbrales, de por sí escandalosos, de su obrar truculento y tramposo. A este respecto, resulta del todo sintomático que desde la derecha liberal e ilustrada emergieran voces como la de Sergio Sarmiento, dando la noticia: “ayer, la Cámara de Diputados aprobó la designación de los tres nuevos consejeros del INE. El PRI nombró a Dania Ravel; el PAN, a Jaime Rivera; y el PRD, a Beatriz Zavala”. ¿Así o más claro? Tan sintomático como esa lacónica manera de anunciarlo, o más, resulta el acuerdo explícito entre este Sarmiento y AMLO, en relación al balance crítico del proceder por el cual los partidos reforzaron su control sobre la autoridad que, dado un escenario democrático, está para arbitrarlos a ellos.

Al trasluz de este nuevo desliz partidocrático, ¿qué puede decirse positivamente acerca de la factibilidad de los principios constitucionales de imparcialidad, objetividad, independencia, certeza y legalidad, que mandatan la actuación de los funcionarios electorales? Respuesta: nada, absolutamente nada, que racional y razonablemente pueda sostenerse en una deliberación abierta y libre de coacciones. Si frente a las miradas, esta vez igualmente atentas que recelosas, de quienes pensamos que contar con un árbitro imparcial y socialmente confiable constituye un        imperativo impostergable para la salud del régimen político, los partidos optaron por la receta de las cuotas, la conclusión obligada es que se preparan para un escenario de competencia dispareja, permisible a las interpretaciones arbitrales sesgadas y, por ello mismo, de confrontación abierta con el principal, y quizás único, candidato opositor: AMLO.

Evidentemente, tan desaseado manejo hubiese resultado imposible al margen de la participación de la intelectualidad nobiliaria conjuntada en el órgano evaluador, el supuesto Comité Técnico, y el respaldo de las marcas INAI y CNDH, que por razones dignas de ser ventiladas usaron su escaso capital de confianza social para brindar soporte a un juego genéticamente corrupto. A la mirada de estos hiper agudos intelectuales, que buscaron sorpresivamente en los currículums de los aspirantes las huellas de la probidad profesional y el liderazgo social, les pasaron de noche los ostensibles vínculos de las dependencias y lealtades personales (obviamente de clara filiación partidista) de los consejeros designados. Habrá que aplaudirles a estos sesudos intelectuales de la vida político-electoral mexicana por el denuedo que mostraron para la houdinesca misión de trasmutar un juego tramposo en una evaluación “objetiva” de méritos. Una vez más en nuestra historia, un puñado de intelectuales afamados dio muestra de su inagotable predisposición a operar como saltimbanquis al ritmo de los humores de las facciones políticas y con el aroma de un jugoso incentivo. Comentario al calce: cualquier parecido con el conocido jurista Miguel Carbonell, en su denodada y oficiosa defensa de la autonomía judicial y el porky- juez, es pura coincidencia.

De cara a la elección presidencial, que materialmente ya inició, así, las cartas del arbitraje electoral están echadas. Los defensores a ultranza del status y el Estado prebendatario ya tienen lo que buscaban: un árbitro a modo para negociar las nimias diferencias para el reparto del pastel entre ellos y, lo que es igualmente importante, para gestionar el riesgo de la derrota frente a un outsider, esto es, un aspirante externo y por mismo peligroso para la supervivencia del arreglo partidocrático. La pregunta de fondo es si ese árbitro dispone de las capacidades indispensables para legitimar un resultado adverso a ese outsider, que por cierto ya se declaró excluido en el proceso de selección de los últimos tres consejeros electorales.

El escenario electoral de nuestro país, desde la perspectiva democrática, no luce bien. La integración abiertamente facciosa del INE constituye un obstáculo insalvable en la construcción del ingrediente y condición básica de la legitimidad y el consenso en la Instituto y sus decisiones: la confianza política. Podrá decirse misa, pero desde la perspectiva mayoritaria del ciudadano informado de hoy, al margen de sus orientaciones o preferencias políticas, el IFE ha pasado de ser un árbitro imparcial para convertirse en un actor más en la competencia política, esto es, con intereses específicos sobre el resultado.

Corrupción es la palabra que mejor describe la situación actual del INE, un ente divorciado de los principios constitucionales y de espaldas a las virtudes esenciales y mínimamente exigibles en un árbitro: la imparcialidad. Lo que de ello pueda resultar en un escenario de alta incertidumbre y complejidad, como seguramente será el 2018, no tiene mucho secreto: decisiones arbitrales sesgadas y con escasa posibilidad de legitimarse de cara a una opinión pública exigente y desconfiada.

Por desgracia, dado este clima de corrupción, resulta ingenuo esperar algo distinto a la historia consabida: las victorias personales, de modo casi inexorable, entrañan la derrota del interés del público. En el momento del júbilo, es una necedad pedirle al “ganador” cortoplacista que internalice los costos de su victoria y se haga cargo de las consecuencias nocivas para sí mismo y su comunidad política. Al momento de escribir estas líneas, viene a mi mente el consejero Marco Baños, a quien conozco, quien debe estar de plácemes porque su estrategia en este proceso fue exitosa y rendidora para fortalecer su G5, el núcleo duro de consejeros que se acogen a su liderazgo y mantienen en jaque permanente a Lorenzo Córdova, su presidente.

Salud por su victoria, consejero Baños, usted ha probado nuevamente sus dotes superiores sobre sus adversarios en el arte de la truculencia y la corrupción del árbitro de la competencia. La pregunta relevante, como padre de familia, es simple: ¿este es INE y el país que usted quiere legarles a sus hijos?

 

*Analista político

@franbedolla