HUACHICOL. La etimología es imprecisa y como en la mayoría de estos casos, no importa. Pero por si a alguien le interesa, se refiere a una bebida obtenida de manera artesanal y un tanto clandestina, básicamente a partir de alcohol de caña. En otras latitudes se conoce a estas infusiones como güin o mezcal de reata: alcohol puro de caña, alumbre (para que raspe la garganta) y una cuerda de henequén para darle un ligero sabor a agave o maguey. Probablemente tenga relación con tlachicolero, que es el nombre de los que se dedicaban a raspar el corazón de los magueyes para obtener aguamiel, materia prima para producir pulque. Finalmente, huachicolero se refiere a quien transporta barriles con líquidos inflamables o trafica con éstos. Una nota periodística afirma que una combinación de diésel, gasolina y huachicol se usa como combustible de autos, lo que suena a ciencia ficción.

TRIÁNGULO ROJO. Esta expresión, más bien teatral, se refiere a una vasta zona del estado de Puebla que va del suroriente al centro, siguiendo la ruta de los ductos que van del sur de Veracruz a la Ciudad de México. Aunque en forma consensual se considera que Quecholac, Acatzingo, Tepeaca, Acajete, Tecamachalco y Palmar de Bravo son los municipios integrantes de esta “zona del silencio”, lo cierto es que las bandas delictivas operan en una zona tan amplia que abarca San Martín Texmelucan, Tepeaca, Amozoc y Esperanza. La delimitación es arbitraria, pues las bandas como Nueva Sangre Zeta, Tlacuaches o Gasparines a veces operan en las inmediaciones de la capital poblana.

PALMARITO TOCHAPAN. Pequeña comunidad de menos de 20 mil habitantes en el municipio de Quecholac, lo que la sitúa en el centro del triángulo de las Bermudas poblano. Aunque una parte importante de la población se ha unido de buena gana con los saqueadores, ante los beneficios económicos que les reportan, el caso de Palmarito es extremo. La forma abierta y descarada en que trabajaban las bandas de la zona hacía inevitable la intervención del ejército.

EJECUCIÓN EXTRAJUDICIAL. Hasta hace una semana, el ejército mexicano lo consideraba como una leyenda urbana creada para denigrar a las fuerzas armadas. Tras el video filtrado por los propios vigilantes (“halcones”) de las bandas delictivas, donde se aprecia lo que al parecer es la ejecución de un huachicolero sometido por los soldados, se ha creado en la población la idea de que esta forma de actuar puede no ser una excepción sino una regla.

ESTUPIDECES. La división de opiniones ante el mencionado video raya en lo absurdo: entre convertir en víctimas inocentes a los huachicoleros o mencionar que los soldados tenían “razones” o “justificaciones” para disparar sobre un hombre sometido. Nadie niega que los ladrones de combustible son delincuentes que merecen la aplicación irrestricta de la ley. Pero si no queremos que el ejército incurra en delitos o viole derechos humanos no es por defender a los ordeña-ductos: es porque queremos confiar y creer en las fuerzas armadas. Y una actuación arbitraria e irracional es algo que el ejército no merece.