–Ya estamos viejos, viejo.

–Eso ya lo sabemos ¿y qué?

–Nada, sólo que ya estamos viejos.

–Yo que tú me dormía.

–Son las cuatro de la mañana, me despertaron tus ronquidos. ¿Cómo voy a dormir ahora?

–Sólo cierra los ojos, afloja el cuerpo y verás que vuelves a dormir.

–Yo digo que ya estamos viejos.

–Eso ya lo sé, pero si lo que quieres es dormir, cierra los ojos y relájate. Es más, te doy un masaje en la espalda y así te vas durmiendo.

–Pero tendrías qué pasarte a mi cama y eso no lo voy a permitir. Te dije, cuando mirabas como perro en celo a esa chamaca Juana, la de la tienda, que nunca más iba a volver a dormir contigo. Y lo tengo qué cumplir.

–Vieja: sólo le estaba preguntando si tenía pegamento para dentadura.

–Pues será el sereno pero bien que me fijé en los ojotes que le pelabas.

–Es una niña, no debe pasar de los veinte años.

–Precisamente por eso. Tú eres un viejo cascarrabias y por si fuera poco, rabo verde.

–Viejita: ¿por qué eres así conmigo? ¿Qué motivos te he dado para que dudes de mí, para que me trates así?

–¿Motivos? ¿Ya no te acuerdas de la descocada esa de Amalia, la de quinto grado que en mi propia cara me dijo que le gustabas?

–Pero yo no le hice caso, yo te preferí siempre y por eso te pedí que fuéramos novios. Es más, yo ni siquiera hablaba con Amalia.

–Debe darte gusto pronunciar su nombre, si bien que se le caía la baba por ti, viejo libidinoso. A Lo mejor se querían a mis espaldas.

–Yo creo que esas son historias que ya deberías olvidar, eso tiene más de sesenta años, fue en la primaria y ni siquiera anduve con ella.

–Amalia, Amalia… ¡A’pa nombrecito! Se me figura a Natalia, la otra vieja resbalosa que te preparaba tus taquitos afuera de la fábrica: “Son para Don Sebas”, decía la muy descarada. Don Sebas, Don Sebas. Si bien que te miraba con esos ojos de borrego en agonía. Seguramente no te dabas cuenta, viejo cochino.

–¿Qué acaso viste que yo le dirigí algunas palabras fuera de lugar?

–Sólo eso me faltaba, que delante de mí estuvieras de Don Juan, en lugar de Don Sebas. Ya te imagino como trompo entre escritorio y escritorio cuando yo aún no llegaba por ti. Seguramente eras una mariposa, bueno, un mariposo de flor en flor, picando aquí, besando allá. ¡Eso es lo que me encorajina! que no estuve ahí para verlo, pero bien que me lo imagino.

–Nada de lo que dices tiene fundamento Macaria. Y ya duérmete que mañana hay que preparar temprano las tostadas que te encargó Eduviges para su desayuno.

–No me quieras distraer con el trabajo, bien que sabes de lo que hablo. Pero un día de estos me la vas a pagar.

–Macaria: veo que otra vez te despertaste únicamente para pelear, pero yo tengo sueño y nada de ganas de discutir cosas que son del pasado y que por si fuera poco, son mentiras. Sólo imaginaciones tuyas. Yo sí tengo sueño.

–Ahora tírame de a loca, después que el causante de tanto resentimiento fuiste tú, pero estúpida de mí que me casé contigo, y no con Ricardo, que seguramente debió ser un dulce como marido.

–¿Ricardo? ¿Qué Ricardo?

–Zzzzz.

–Vieja mañosa. ¡No te hagas la dormida! Ahora me explicas quién fue ese Ricardo, porque si no…

–Zzzzz.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

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@ALEELIASG