El proceso seguido por Morena para definir a su candidato-coordinador al gobierno de la Ciudad de México es un muestrario de lo que no puede permitirse una fuerza política que se precia de ser diferente y aspira a conducir un cambio sustancial en el Estado mexicano. Y, si se me apura, puede añadirse que dichos acontecimientos son sintomáticos de las falencias del sistema de partidos que hoy padecemos.

De entrada, más allá de la permisibilidad de la ley para que los partidos políticos traten como asuntos propios de su vida interior la asignación encubierta de candidaturas a puestos de elección popular, pese a que gozan de los beneficios inherentes a su estatuto constituciones de entidades de interés público, resulta lamentable la falta de transparencia y los márgenes de discrecionalidad con los que se manejan.

Una mirada al proceder de los competidores tampoco arroja un panorama alentador. Los tres contendientes, Monreal, Batres y Sheinbaun, al más puro estilo gañán y tramposo que ellos les reclaman a sus competidores de otros partidos, usaron recursos para difundir a través de las redes sociales encuestas pagados por ellos mismos, que les daban como seguros ganadores. Se nota que todos ellos han aprendido de las peores prácticas que sus adversarios han enderezado en contra de ellos, pervirtiendo la función informativa de los estudios demoscópicos.

Luego, ante los señalamientos de falta de transparencia y dudosa democraticidad de los métodos empleados, Martí Batres recurrió al lastimoso argumento de que “así se usa en Morena y así le han hecho en otras ocasiones”. Finalmente, la cereza en el pastel es el reclamo de Claudia Sheinbaun, que responde a las voces críticas de los poco claros y nada democráticos métodos empleados por los morenistas, victimizándose  por un supuesto trato machista.

En suma, quienes vindicamos el punto de vista del mejor interés en el proceso democrático, con independencia y al margen de los intereses partidistas, lo menos que podemos decir es que es bastante largo el tramo por recorrer para construir un régimen de partidos funcional a la construcción de una representación política democrática y al interés público. En tanto eso sucede, no hay más que darle vuelo a la añoranza de emergencia de una propuesta distinta, en la que el sentido ético y el aprecio por la integridad tengan un papel relevante.

Al trasluz de la sentencia de conocido adagio popular “nadie puede dar lo que no tiene”, resalta la pobredumbre de los partidos políticos, aquí incluido Morena, y la urgencia de forzarles a practicar la democracia interna, dada su naturaleza constitucional de entes de interés público cuya existencia se financia con recursos públicos.

El camino hacia 2018 aún es largo y muchas cosas pueden pasar en el camino. Quizás a AMLO le convenga recapacitar sobre la pertinencia de sus métodos. Lo visto en la Ciudad de México no los deja a él y a Morena bien parados. Y, por paradójico que parezca, manda una señal fuerte de que no es de menor calado el enemigo interno del escamoteo y la simulación.

Alguna vez, con la genialidad que le caracterizaba, Einstein puso al descubierto la ingenuidad, equívocamente descrita como locura, con la que los promotores del cambio se manejan: repitiendo una vez tras otra las mismas acciones y esperando resultados diferentes.

Ignoro si a AMLO le parece interesante ganar las simpatías y el respaldo de una franja de electores pensantes que apostamos por el cambio con la cabeza pero que tenemos el corazón vacío por la carencia de una opción partidaria de izquierda a la altura de los desafíos de la era global. Si ello es así, más le valdría dar señas de congruencia con las cuestiones que solemos valorar y que no se encuentran tan distantes de su margen semántico y práctico: la transparencia y la rendición de cuentas, el distanciamiento con las prácticas de la corrupción y la impunidad, la democracia interna de los partidos político, la eticidad y el aprecio por la rectitud, la inclusión y la pluralidad, y el enfoque de género, principalmente.

A estas alturas del partido, el margen de error se acota. La caída en desgracia de Ricardo Anaya, el dirigente nacional del PAN; es apenas una leve señal de guerra encarnizada que está por iniciar. Si AMLO y Morena son lo suficientemente resistentes al embate de colocarlos como un caso más de lo mismo que critican, aumentarán sus probabilidades de ganar. En caso contrario, los practicantes del voto útil estaremos en las opciones de apostar por el menos peor, abstenernos o votar en blanco.

Finalmente, con el respeto que me merece Claudia Sheinbaun y la causa de género, no está por demás remarcar que el estigma del dedazo encubierto le acompañará durante su campaña. La opacidad con la que se manejó su contienda interna deja poco espacio para desechar las sospechas de que ganó un juego con cartas marcadas.

El hecho de que ella sea una connotada académica e investigadora, con méritos suficientes para aspirar a gobernar la Ciudad de México, no es razón suficiente para desechar el reclamo de falta de democracia en el proceso que supuestamente ganó, como tampoco lo es su condición de género para impedir una crítica al desaseo de su partido.  Hago votos porque en el corto plazo podamos conocer a detalle el diseño del estudio demoscópico y las reglas de valoración de la información obtenida.

 

 *Analista político

@franbedolla