La mula no era arisca, dice un proverbio popular que ni mandado a hacer para el affaire entre AMLO y algunos prominentes miembros de la que sin mayor problema puede ser descrita como la aristocracia intelectual mexicana, entre los que destacan Enrique Krauze, Federico Reyes Heroles y Denisse Dresser.

No es de hoy, lo que es fácil de documentar. El hecho es que, de las plumas de estos tres aristócratas de la intelectualidad política, de manera sistemática, han salido dardos envenenados en contra de AMLO y lo que en su peculiar modo de ver éste representa, que ni de lejos guardan proporción con sus menciones u omisiones a los excesos y corruptelas de los representantes y beneficiarios del status quo prianista, cuya cartera ha solido ser generosa con los personajes en comento.

Desde la perspectiva de una crítica rigurosa, ciertamente, la aristocracia intelectual resulta poco vulnerable a los manotazos declarativos de AMLO, su villano favorito. Las reglas del saber científico-social otorgan libertad de elección absoluta a los analistas sobre los temas de su preferencia, bajo la exigencia de ajustarse a las reglas de la lógica y la evidencia empírica. Guste o no, como tal, un intelectual es juzgable sólo por lo que afirma, no por lo que no dice.

La disculpa pública que AMLO le ofreció a Reyes Heroles ha de ser entendida como un acto de reconocimiento del primero de esa posición de invulnerabilidad y de los costos político-electorales que tendría en caso de ser reetiquetado como intolerante y mesiánico.

Hasta aquí esta parte de la historia. La otra es que la aristocracia intelectual no tiene por qué ser inmune a la observación sobre sus patrones de desempeño propiamente intelectuales: los temas que abordan, los enfoques que prefieren e incluso los temas que sistemáticamente eluden.

Hace poco más de 25 años, en un foro en televisión abierta, Mario Vargas Llosa, en un evento de intelectuales para intelectuales impulsado por Octavio Paz y apoyado por el gobierno mexicano y televisa, expresó sin tapujos la tesis de que México era la dictadura perfecta. En alusión directa al apellido de “perfecta” sostuvo que, a diferencia del común de las dictaduras, la dictadura mexicana sustituía al ejército por los intelectuales, a los que dedicaba recursos para cooptar.

En su clásico ensayo del Homo Academicus, P. Bordieu puso el dedo en la llaga del punto ciego de la aristocracia intelectual mexicana, siempre cercana al poder y a las prebendas e históricamente negada a la práctica de la reflexividad, es decir, a colocarse como objeto de su propia observación.

Sin llegar al extremo de poner en duda sus virtudes y cartas credenciales, una mirada a cómo se encumbraron Krauze, Dresser y Reyes Heroles a sus actuales posiciones en el campo académico de la politología bastaría para probar que no se encuentran ajenos a las “bendiciones” del poder, que tan bien les ha tratado y gracias al cual ocupan su posición dominante como aristocracia intelectual.

Quizás AMLO, el líder de la oposición electoral, no sea la parte más autorizada para entrar en el debate sobre las prácticas políticas de la aristocracia intelectual, hasta hoy cómoda en el blindaje de su intelectualidad. Con independencia de ello, y desde la práctica de la observación científica, puede retomarse con la seriedad debida la (hipó)tesis de Vargas Llosa, encuadrable en el terreno de la sociología del conocimiento, acerca de su vinculación orgánica al régimen vigente.

Ya Krauze osó en nombre y representación del supuesto saber que él encarna que AMLO no representa las causas de la izquierda. En un debate político, tal afirmación suena interesante; como afirmación docta sobre un juicio de hecho, me parece que su opinión raya en lo pedestre. Hace mucho tiempo, por lo menos desde la debacle del llamado bloque socialista, que Bobbio documentó la inasible la distinción entre la izquierda y la derecha.  Si Krauze ya resolvió esa cuestión, pues bien haría en ofrecer los argumentos por los cuales descalifica la pretensión de AMLO de colocarse en el espacio de la izquierda.

Advierto pertinencia y fortaleza en los apuntes emitidos por Reyes Heroles en relación al giro pragmático dado por AMLO en las últimas semanas; e incluso me parecen atendibles los reclamos de Dresser acerca de la salvaguarda de la libertad de expresión, la tolerancia e incluso el respecto a quienes disienten.

Nada de eso, sin embargo, abole la deuda histórica de la aristocracia intelectual con su obligación intelectual de “objetivarse”. Los nexos históricos de la aristocracia intelectual politológica con el poder político son una de las asignaturas pendientes en este país. Hay que hacer votos para que cuando le toque su turno preserven el aire abierto y tolerante que hoy exigen de uno de sus críticos más feroces.

Personalmente, hago votos y me sumo al llamado a la libre expresión y la pluralidad que hacen estos conspicuos miembros de la aristocracia intelectual en el debate político, que no intelectual, que sostienen con AMLO.  No tengo la menor duda de que, como ciudadanos, les asisten tales derechos.

Tan cierto como lo anterior resulta que eso no les exime de su ostensible y sistemática falta de criticidad reflexiva y de lo mucho que hay por saber sobre cómo el trato preferente del que gozan ha impactado en la selección y el tratamiento de los temas que públicamente abordan. Para no ir muy lejos, hace poco Fernández Noroña exhibió prueba de los cobros escandalosos que hace Dresser a las instituciones públicas que la contratan.

Salvo pruebas en sentido contrario, queda abierta la duda acerca de si la aristocracia está por ahora empeñada en la salvaguarda de las prebendas del poder. Al tiempo.

 

*Analista político

@franbedolla