Hay dos puntos de convergencia crucial entre Elba Esther Gordillo y AMLO: uno, sin el consenso del profesorado en activo, la implementación de la reforma educativa, cualquiera sea ésta, está condenada al fracaso; y dos, la evaluación del desempeño no puede ser el punto de partida de una transformación cualitativa ni tampoco operar como causal mediata de la permanencia o la pérdida del empleo.

Apenas y hace falta dedicarle tiempo a una argumentación sobre los porqués. Lo cierto es que, como muestran sobradamente las reglas internacionales de experiencia, todavía no se da el caso de una reforma educativa exitosa sobre la base de este par de inconvenientes.

En automático, la interpretación de sus detractores apunta a la corroboración de la existencia de un pacto entre AMLO y Elba Esther, cuyos efectos perceptibles serían la vuelta hacia el corporativismo magisterial y las peores prácticas contrarias a la calidad educativa.

Mi impresión es que dichos detractores practican con ligereza los vicios de la observación falaz y malintencionada. La salida forzosa de Elba Esther del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) hacia la cárcel no significó el punto final del corporativismo, sino el arribo de Juan Díaz de la Torre, un líder  igualmente corporativo, pero mucho más disciplinado a los designios de la elite gubernamental en turno.

Dicho con toda crudeza: lo que a EPN y su equipo le estorbaba no era el corporativismo magisterial, sino la personalidad y el estilo de la lideresa; de tal suerte que apostaron el descabezamiento del gremio y la apropiación de los mecanismos de control.

Ironías de la vida. El éxito en la desaseada persecución judicial de la maestra es la clave de su sonoro fracaso. Para impulsar un modelo de reforma educativa al margen y en contra del magisterio, se requería un gremio disciplinado. Su error consistió en menospreciar la capacidad de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el ala opositora del gremio sindical, y en sobreestimar los servicios que Juan Díaz de la Torre, el líder de la SNTE, podría prestar a sus causas. Nada más sintomático de estos errores de cálculo que el hecho de que entre siete y ocho de cada 10 maestros votaron por AMLO en las pasadas elecciones.

Ojalá el problema educativo fuese tan simple como pretenden los enemigos de la maestra y los detractores de AMLO y que bastara con una estrategia inteligente de éste para neutralizar o impedir la participación de aquella.

Más consistente con el drama educativo resulta asumir que el acto público de Elba Esther es apenas un indicio de las muchas cosas que no funcionaron y que reclaman soluciones urgentes. Para no ir muy lejos, en los horizontes de la vida magisterial barrunta una confrontación entre dos grupos de interés igualmente corporativistas: el liderado por Juan Díaz y el liderado por Elba Esther.

No tengo la menor duda de que el diagnóstico inicial de AMLO y su equipo es certero. Se requiere un rediseño de la reforma educativa tal que elimine las amenazas a los derechos laborales de los maestros y, sobre esa base, que concite la adhesión a un proyecto genuino de transformación del sistema educativo.

La pregunta relevante apunta hacia la estrategia de negociación a seguir con los maestros y con sus cúpulas corporativas. No se trata tan sólo de tener presente la posible pugna por el control del SNTE, sino también las expectativas presentes de la dirigencia de la CNTE, que mostró apoyo abierto a la candidatura de AMLO.

Suponer que el corporativismo sindical —magisterial y no — desaparecerá como por arte de magia es parte de la ingenuidad-perversidad de los gobiernos panistas de la alternancia. Tan ingenuo como ello resulta la suposición de que puede lograrse una reforma educativa sin alterar los mecanismos que confieren ventajas selectivas y cuantiosos recursos a las dirigencias vigentes.

Más que desgarrarse las vestiduras por las convergencias entre AMLO y Elba Esther, el supuesto pacto entre ambos o la posible participación de ella en el proyecto , la discusión relevante es sobre el sindicalismo magisterial y la participación de los maestros en el rediseño de la reforma educativa.

A este respecto, fuera de discusión está el hecho de que un proceso equilibrado y fecundo de diálogo entre el gobierno y los maestros presupone la existencia de una representación sindical fuerte. Tan cierto como ello resulta que los vicios corporativistas son un obstáculo a la transformación educativa.

La tentación autoritaria, sin lugar a dudas, es un riesgo digno de consideración. Las próximas autoridades educativas bien podrían incurrir en la salida fácil de tomar parte en la disputa por el control sindical, impulsando liderazgos afines a sus propias causas.

De ser éste el caso, habría que dar la razón a los agoreros del desastre y detractores de AMLO. No obstante, una salida que se antoja viable y recomendable es inducir tan intensamente como sea posible la democratización de la vida sindical, con independencia de los resultados a que ella diera lugar.

Hasta donde alcanzo a advertir, la participación de los maestros no es una cuestión que pueda desahogarse en medio de una pugna intestina entre cúpulas sindicales corporativas.

Huelga insistir en que el futuro de la educación, más que girar en torno a Elba Esther, lo hace en torno al desafío crucial de de desmontaje del corporativismo magisterial, una tarea fina y delicada que reclama buenas dosis de tacto e inteligencia estratégica

*Analista político

*Presidente del Centro de Investigación Internacional del Trabajo