Después de llegar a un acuerdo sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México y Estados Unidos (EEUU) parecieron comenzar una nueva etapa de cordialidad. Sin los habituales “tweetazos” del presidente americano ni incómodas declaraciones de la cancillería mexicana, todo parecía ir viento en popa. Sin embargo, hoy a causa de la caravana de migrantes proveniente de Centroamérica, México se enfrenta a un difícil dilema: atender las necesidades de su socio y continuar su luna de miel o seguir la buena voluntad de los valores humanitarios y las demandas de la comunidad internacional.

La migración es un problema mundial. Sean sirios y africanos arribando a Europa, provocando una crisis y división en la Unión Europea, hasta los cientos de mexicanos que cruzan la frontera a EEUU y que tanto le gustan a Trump (wink).

El tema migratorio ha sido un problema serio en la relación entre México y EEUU más palpablemente desde los años setenta. Ya en aquellos años se buscó una solución al problema, que vislumbró una esperanza de resolverse durante los primeros años de la administración foxista y gracias a la labor de Jorge Castañeda. Sin embargo, el 9/11 y los cambios posteriores disminuyeron cualquier posibilidad de llegar a un acuerdo realista sobre el tema. De ahí en adelante, cada administración lo manejó a su manera, pero nunca se halló en realidad una solución duradera y efectiva.

Con la aparición de Trump, la migración  de mexicanos y centroamericanos se politizó a tal grado que el muro fronterizo con México se convirtió en la propuesta ancla de la campaña política del actual presidente de Estados Unidos.

Desde que anunció su candidatura, Trump se encargó de insultar a los migrantes mexicanos, algo que continuó incluso después de ser electo presidente del país más poderoso del mundo.

Sin embargo, el pasado 30 de septiembre, los Gobiernos de los países integrantes del TLCAN anunciaron la consecución del acuerdo comercial, con nuevos términos, bajo el nombre de Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés).

A partir de ahí todo ha sido paz y amor con Estados Unidos… ¿No es así? Pues hoy las cosas se ven complicadas. Y es que desde el pasado fin de semana miles de personas procedentes de Honduras, El Salvador y Guatemala marchan con el fin de llegar al sur de EEUU.  Y sí, todos tienen que pasar por México para llegar a su destino.

Esto ha hecho que Trump reviva su discurso antimigración, algo visto como una consecución de su retórica tradicional y además como un elemento que puede resultar beneficioso para sus votantes en las elecciones legislativas el 6 de noviembre.

Donald amenazó con retirar fondos de ayuda para los países centroamericanos, cerrar la frontera con México y enviar a la guardia nacional a custodiarla si el gobierno de Peña Nieto no lograba cerrar el paso a los inmigrantes.

Dentro de México se ha escuchado de todo, desde que no dejarán pasar a los inmigrantes sin visa, hasta que se les permitirá el libre tránsito, como dijo Velasco en Chiapas. López Obrador ya declaró que quiere ofrecerles visas de trabajo para que se queden en México.

Nuestro país se enfrenta a una disyuntiva importante: cooperar con el Gobierno de Trump, no dejar pasar a los migrantes y repatriarlos, o tomar acción humanitaria, permitirles el paso y dejar que su vecino del Norte se las arregle solo.

El pragmatismo tradicional de la política exterior mexicana ya se hizo evidente cuando México comenzó a militarizar la frontera con Guatemala. De entrada, ya nos ganamos la felicitación de Trump por Twitter (hoy en día un gran reconocimiento).

Pero al mismo tiempo, México pidió ayuda a la ONU para actuar respecto a la caravana, lo cual indica que está dispuesto a ayudar, pero que, para no hacer enfurecer al presidente Trump, apostará por el multilateralismo para hallar una solución que satisfaga a ambas partes, a EEUU y a la comunidad internacional. ¿Lo logrará? Aún no lo sabemos, es quizás el último gran reto a nivel de política exterior de la administración peñista, y sus consecuencias sin duda repercutirán en la relación con EEUU de la presidencia de Obrador.

 

Alfonso Figueroa Saldaña estudia Relaciones Internacionales en la BUAP. Tiene estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Ludwig-Maximilians de Munich y está interesado en la cooperación germano-mexicana y en temas europeos.

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