Al momento de escribir estas líneas, las muertes contabilizadas ascienden a 91. Apenas y hacen falta palabras para referirse a una de las peores tragedias de la historia reciente en este tipo de eventos. Ante tales circunstancias, por humanidad, lo primero es externar un sentido pésame a los familiares y amigos de quienes perdieron la vida y por responsabilidad, el compromiso insoslayable es que algo así nunca más vuelva a pasar.

En medio del dolor humano, no han faltado las voces opositoras que intentan hacer su agosto. Lo hicieron recientemente a propósito de la tragedia poblana y hoy, sin más argumentos que su afanes de notoriedad, claman a los cuatro vientos que la responsabilidad corresponde al gobierno federal, sea por no haber retirado a tiempo a la concurrencia, por no haber acordonado inmediatamente la zona o por no haber hecho un manejo adecuado del cierre de las válvulas de los ductos.

Demasiado pronto para sacar conclusiones y demasiada urgencia para deslegitimar a un gobierno que recién empieza. De ello no hay duda. Hasta donde es posible advertir, lo que priva al momento es el gran desconocimiento acerca de los acontecimientos en Tlahuelilpan.

Las imágenes difundidas a través de las redes sociales dejan ver una concurrencia multitudinaria al lugar de la toma clandestina. Y aquí las interrogantes y las conjeturas apenas inician. Declarantes conocedores del lugar, entre ellos el Miguel Ángel Osorio Chong, señalan que el desplazamiento a los lugareños desde su morada hasta el lugar de la toma es de alrededor de una hora, quizás menos si se diera el caso de que sabían de los hechos con anticipación.

Otro detalle digno de llamar la atención es la aparente falta de orden u organizadores. Quienes saben del asunto señalan que para estos efectos suele haber mecanismos de acceso a las tomas, cobra de cuotas y re-compra de la gasolina sustraída. Las tomas subidas a las redes sociales sugieren un ambiente festivo. ¿Es eso lo que suele pasar?

Algunos analistas comienzan a manejar la hipótesis de que pudo no tratarse de un accidente, sino de un asesinato masivo. Hasta donde se sabe, es plausible la hipótesis de que el factor desencadenante fue una chispa provocada por la fricción de ropa sintética. Sin embargo, no existe evidencia para descartar que la chispa pudo ser intencional y no ha faltado quien señale un acto motivado por el enojo de los huachicoleros, que se habrían visto rebasados por la multitud y en imposibilidad de cobrar las cuotas.

Al extremo, mientras no se cuente con evidencias suficientes acerca del cómo y el porqué de los acontecimientos trágicos, igual cabe la hipótesis del sabotaje, es decir, que la toma clandestina haya sido abierta con miras a la concurrencia espontánea de los lugareños y al desenlace conocido.

A este respecto, lo único cierto es la incertidumbre sobre las causas y los móviles, así como el afán de descalificación del gobierno federal, exhibido por los damnificados materiales y simbólicos del viejo régimen, entre los cuales abundan los comunicadores y opinadores profesionales.

Contrafácticamente, la postura exquisita de los detractores es fácil de entender y predecir. Si el gobierno federal no hizo uso de la fuerza física para impedir la presencia de los lugareños o tenderles un cerco, como en efecto sucedió, le es imputable responsabilidad por omisión; en cambio, si hubiese optado por hacer uso de la fuerza, la crítica para el gobierno de la 4T hubiese sido por incongruencia ideológico-política y su apuesta por la represión.

Resulta a todas luces sintomático que todavía no se cumplen dos meses del presente sexenio y la oposición de filiación prianista, sea política o simbólica, a la menor provocación, habla sin tapujos de incompetencia gubernamental, falta de oficio y de una aguda crisis política. Eso sí, siempre previa aclaración de que su deseo es que al actual gobierno le vaya muy bien.

Su lectura perversa del dilema de intervenir con los medios de coacción o ser omisos en Tlahuelilpan y sus posicionamientos a toro pasado en torno a la explosión los pintan de cuerpo entero: ante la tragedia, brota su estulticia.

Cierto, no escapa a la mirada de quien esto escribe que oponerse al gobierno es la tarea básica de la oposición, pero hay de formas y condiciones razonables para hacerlo. Una de ellas, por ejemplo, es partir del reconocimiento de que, como comunidad política, nuestro punto de partida es uno cercano al Estado de Naturaleza (Estado fallido, en los usos lingüísticos socorridos), por más que el anhelo civilizatorio sea acceder al Estado Social de Derecho.

No sin mucho esfuerzo, pero se entiende la inclinación falaz de la oposición de inspiración prianista a hacerse cargo de su legado histórico y, sobre esa base, exigir al gobierno actual rendimientos como si el Estado de Derecho fuese ya una condición de existencia.

En medio del círculo vicioso de la tragedia y la estulticia, que ostensiblemente fascina a la oposición trasnochada, hay dos lecciones importantes de recuperar para la 4T. La primera es su imperioso necesidad de suplir la carencia de crítica opositora fecunda, hoy prácticamente inexistente, con la autocrítica severa. Los sucesos de Hidalgo hacen sospechar la inexistencia de protocolos de actuación en los diversos frentes: cierres de válvulas, contención de la población, eventual uso de la fuerza, comunicación política, etc.

Y la segunda, de mayor gravedad y peso estructural, el vacío de una oposición con ánimos de proponer y construir un mejor país. A todas luces, la oposición partidista actual sigue instalada en el duelo por su derrota estrepitosa y atrapada en la estulticia.

Los tiempos reclaman una oposición de otra estirpe y, por desgracia, no existen indicios de que pueda producirse en el corto plazo.  Al tiempo.

*Analista Político

*Presidente del Centro de Investigación Internacional del Trabajo