Familiares y amigos enterraron este sábado a la última víctima de una emboscada de un cártel que se cobró la vida de nueve mujeres y niños de las familias LeBarón y Langford el pasado lunes en los límites de Sonora y Chihuahua.

Christina Langford Johnson saltó de su camioneta con los brazos en alto para mostrar que no suponía una amenaza para los agresores, pero recibió dos disparos en el corazón, explicaron los miembros de la comunidad. Su hija, Faith Marie Johnson, de siete meses, fue hallada ilesa en su asiento de seguridad.

El sorpresivo ataque ha hecho que muchos residentes de la pequeña comunidad agrícola de La Mora, establecida en Sonora por sus ancestros mormones hace décadas, se pregunten si deberían quedarse o huir de la amenaza del cártel.

El viernes, los cuerpos de Rhonita Miller y de cuatro de sus hijos fueron trasladados para su entierro desde La Mora, en Sonora, a la colonia LeBarón, en Chihuahua, en una caravana de camionetas que recorrió el camino de tierra donde fueron asesinados. Muchos residentes de las dos comunidades, a cinco horas de viaje por carreteras no pavimentadas, están emparentados. Se consideran mormones aunque no están afiliados a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y muchos tienen doble ciudadanía estadounidense y mexicana.

Tres sencillos ataúdes de madera -uno de ellos con los restos mortales de la madre y sus mellizos de ocho meses- llegaron a un cementerio a kilómetro y medio al este de colonia LeBarón, junto a un camino rural flanqueado por campos de algodón. Fueron sepultados en tres tumbas cubiertas por carpas blancas que las protegían de las intermitentes lluvias.

Kenny Miller, el suegro de Nita Miller, dijo que era “como un ángel” y los niños “angelitos”.

Miller señaló que, ahora que los ojos del mundo están estas comunidades, espera que sus fallecimientos no sean en vano y sirvan para llamar la atención sobre lo que considera una preocupación a nivel nacional para miles de mexicanos, que lloran la pérdida de seres queridos muertos o desaparecidos ante una cifra récord de homicidios.

Aquí hay terroristas”, afirmó. “Me gustaría que esto sea utilizado para la gente que no tiene voz (…) y creo que ‘Nita’ lo aprobaría sin reservas”.

Lo que había sido una vida en gran parte tranquila en un valle fértil rodeado de montañas y desierto a 112 kilómetros de la frontera con Arizona, es desde hace años una zona cada vez más peligrosa por el aumento de poder de los cárteles y sus enfrentamientos territoriales.

Pero La Mora, una aldea de 300 habitantes dedicados a la cría de ganado y al cultivo de granadas, entre otros productos, “cambiará para siempre” tras la emboscada del lunes, cuando las mujeres viajaban con sus hijos a visitar a sus familiares, dijo un emocionado David Langford a los asistentes al funeral por su esposa, Dawna Ray Langford, y sus hijos de 11 y 2 años.

Una de las cosas que más apreciamos de nuestras vidas es la seguridad de nuestra familia”, apuntó. “Y no me sentiré seguro. No me siento así desde hace años”.

Al otro lado de las montañas, en Chihuahua, la colonia LeBarón ha estado mayoritariamente en paz desde que en 2009 el homicidio de uno de sus integrantes, un activista contra la delincuencia, hizo que las autoridades establecieran una base de las fuerzas de seguridad. Pero la presencia policial en La Mora era mínima hasta la masacre, tras la cual se movilizó a una gran cantidad de policías estatales y federales.

El tiempo que se queden allí podría ser crucial para determinar el futuro de la comunidad, dijeron los habitantes.

Por medio de un comunicado, los gobiernos de Chihuahua y Sonora dijeron ayer que en la región fronteriza entre los dos estado se desplegó un número significativo de agentes desde el “lamentable” ataque, lo que resultó en arrestos y decomisos de armas, drogas y vehículos robados.

No vamos a flaquear, reitero, ni un paso atrás”, dijo Oscar Alberto Aparicio Avendaño, comisionado de seguridad de Sonora, según el comunicado.