Por anticipado sabíamos que tendríamos un arranque de año negro, dificilísimo, el peor de todas nuestras vidas tan atípico que el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza quedó reducido a una pasarela cibernética que nadie tomó en cuenta; además se inició sin la tradicional Feria de Turismo de Madrid, FITUR 2021, que  año con año atrae a cientos de miles de personas de todas partes del mundo.

Y vendrán más cancelaciones: sin carnavales y sin procesiones de Semana Santa, la mayor parte de los eventos están posponiéndose con  la intención de llevarse a cabo a partir de mayo, por ejemplo, la FITUR 2021.

Yo honestamente lo veo muy aventurado, como sé que también México tiene varios eventos internacionales pendientes de realizarse  presencialmente  como se anuncia con el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC) cuya Cumbre Mundial será celebrada en Cancún, del 23 al 25 de marzo, si no sucede algo extraordinario.

En España, recientemente se habló inclusive de posponer San Fermín (tradicionalmente del 6 al 14 julio), algo que alarga el escenario catastrófico más allá del primer semestre de 2021… como anticipándose a que repetiremos el mismo bucle maldito del año pasado: nada de planes, agenda vacía y quedarnos prácticamente en rigor mortis.

Aguardando porque un milagro nos saque de la parálisis y de lo cansino que es esta anormalidad que va de casa a trabajo; de trabajo a casa; o de casa a supermercado; de supermercado a casa.

En esta guerra biológica, para sobrevivir, hemos reprogramado nuestro estilo de vida, de ser, de sentir, de pensar, de vestir (la mascarilla es infaltable y hay quien  la combina con su ropa) y hasta de amar.

Adiós a la libido y al deseo sexual, estamos tan estresados por todo lo que nos rodea: los fallecidos, los contagiados, los ineptos políticos, los imberbes al frente de los ministerios de Salud o de Sanidad; las mentiras en racimos que caen escupiéndonos de falsedades y de manipulaciones; los desempleados, las quiebras de empresas y los inservibles programas de ayudas a tantos y tantos micro, pequeños y medianos empresarios que lo están perdiendo todo.

Y, por supuesto, hartos de atestiguar cómo un puñado de farmacéuticas tienen nuestras vidas en sus manos mientras que solo les interesa lucrarse, especular y vender los viales al mejor postor.

  No nos queda incluso ningún aliciente: por lo menos, en la Segunda Guerra Mundial, las mujeres se coloreaban la boca rojo carmesí como un símbolo de reivindicación de  la resistencia de la femineidad ante el enemigo; había que levantarle la moral a la ciudadanía  y a los soldados que marchaban al frente.

De hecho, el pintalabios llegó a ser un bien estratégico considerado como tal por el entonces primer ministro británico, Winston Churchill, que  utilizó hasta la maquinaria propagandística para que las mujeres se colorearan los labios de fuego intenso.

Han quedado para la posteridad no solo las instantáneas del momento sino también las ediciones de los periódicos y de revistas como Vogue en cuya edición de 1941 remarcaba como mantra “beauty is your duty”; mientras que en Estados Unidos, el New York Times, afirmaba que se habían producido ventas por veinte millones de dólares en barras de labios ese mismo año en la Unión Americana.

Pue sí, esa barra de labios generaba una sensación psicológica colectiva no de derrota, sino de seguir en pie de lucha; nosotros con la pandemia  no tenemos ningún aliciente cada vez nuestra curva de resistencia moral va a la baja y no soy la única que cree que no se ve la  luz al final del túnel.

Con tremenda mascarilla cubriéndonos casi toda la cara, no hay forma de mostrar los labios y los ojos no logran encaramar, es más hemos perdido el contacto visual… aquí lo único que se vende como pan caliente es  la mascarilla.

Ya demógrafos, sociólogos, psicólogos, sexólogos están percibiendo el daño intrínseco provocado por las cuarentenas, los confinamientos, los distanciamientos físicos, las mascarillas, la higiene, el estrés voraz y el miedo entremezclado.

   Se anticipa una caída en la tasa de natalidad, mientras aumentan diversas patologías de la conducta humana, el efecto burbuja de seguridad en los hogares también va pasando factura y en muchos casos la soledad incrementa las probabilidades de muerte. No todo es el daño económico o en la vida humana hay grandes efectos colaterales que ya estamos resintiendo y que seguirán porque esta pandemia ha llegado para dejarnos totalmente diferentes y marcará el devenir de los años y las décadas por venir en este siglo XXI.