Durante esta segunda Semana Santa bajo la pandemia de covid-19, los pueblos mayas tzotziles no han dejado de orar y realizar actividades ceremoniales como la procesión llevada a cabo el Jueves Santo en Chiapas.

En la antigua población de San Bartolomé de los Llanos, conocida hoy como Venustiano Carranza, aproximadamente un centenar de indígenas tzotziles celebró su tradicional y particular ceremonia, llevada a cabo de un modo que recuerda a las procesiones españolas.

«Venustiano Carranza es demasiado religioso, es creyente. Es la única festividad donde indígenas y mestizos se unen para trascender en lo espiritual«, explica Diana Cuello Avendaño, habitante de Venustiano Carranza y maestra de profesión, para justificar el rito.

A Jesús de Nazaret no lo representa una persona, como es habitual en México, sino una imagen de madera de más de 100 años que aproximadamente mide un metro y medio.

Un grupo de personas va cargando con ella por el día, durante el recorrido de las siete caídas.

Por la tarde, una imagen de Jesús recostado recorre las calles del pueblo representando su muerte y entierro hasta llevarlo a una de las iglesias del pueblo, donde los fieles pasan uno a uno para besar la imagen.

El recorrido está escoltado por personajes llamados “custodios”, que se distinguen por vestir con un capirote color morado, gafas oscuras, bata blanca, una faja del mismo color que la máscara y un palo largo con punta de hierro, de un modo muy parecido a los nazarenos españoles.

Otro personaje, con la misma vestimenta pero en color negro y amarrado de los brazos, representa a Judas Iscariote.

Entre tambores, pitos y sonajas las personas peregrinan tras la imagen para conmemorar así la procesión de unas de las festividades más importantes en todo el mundo cristiano.

Sus fieles aseguran que no hay recuerdo de que estas actividades religiosas fueran interrumpidas bajo ninguna circunstancia en el pasado, por lo que la pandemia no los detuvo y el temor a que caigan más desgracias los impulsa a salir a rezar y pedir piedad.

Bartolomé Vásquez Martínez, campesino y ayudante de festividades religiosas, recordó que «en el 2017 hubo un temblor que dañó los templos sagrados«, lo que el pueblo interpretó como un llamado por haber «descuidado la fe«.

«Por temor a más daño continuamos realizando la tradición con fe«, zanjó.

La Semana Santa es un periodo donde la población de esta localidad converge y pide en oración abundancia, gloria y salud, pues está convencido de que la energía se está deteriorando y por eso han llegado unos tiempos convulsos.