Encrucijada de culturas. Hoy en día muchas ciudades se pelean por ser la nueva Samarcanda, la mítica perla de la Ruta de la Seda, imprescindible como ninguna en la antigüedad sobre todo para el trasiego de las especies, la seda, el algodón, los metales y otros enseres entre Occidente y Oriente.

Convertirse en la nueva joya unificadora, de China y Europa, es el sueño de una decena de países que encuentran su gran oportunidad en el proyecto más ambicioso de que se tenga memoria reciente: se llama One Belt, One Road (Una Franja, Una Ruta, al castellano).

Está auspiciado por el indiscutible liderazgo de Xi Jinping, el mandatario del gigante asiático, erigido en moderno estadista de un país que finalmente ha aceptado su rol de epicentro geoeconómico y de contrapeso geopolítico-militar en el siglo 21.

En parte por eso se está atestiguando el choque de dos modelos distintos de llevar las relaciones internacionales, el yin y el yang, el imperialismo yanqui impuso sus normas del juego y sus instituciones en el ámbito internacional tras el bombardeo atómico a Japón y darse por concluida la Segunda Guerra Mundial.

Empero, desde entonces, ha sido la nación que más roces y disputas ha tenido en la aldea global, le cuesta mucho trabajo entenderse hasta con el traspatio, con ese estire y afloja ha impuesto una transculturización que ha llegado a los rincones más alejados. Y si hay que invadir y servirse de las balas, lo hace.

China quiere imponer otro tipo de modelo enraizarlo como un nenúfar en el estanque de la globalización y para ello vende la intención de un liderazgo menos agresivo pero no por ello menos interesado o hegemónico aunque lo hace con mayor sutileza e inteligencia.

Fundamentalmente es la equidistancia entre la visión etnocéntrica, unilateral, egoísta e impositiva del imperialismo estadounidense inclusive proteccionista.

Son dos formas distintas pero el fin es el mismo: asegurarse la supremacía económica, los víveres y el abastecimiento energético. Estados Unidos quiere seguir imponiendo su bota, sus condiciones, su Plan Marshall per saecula saeculorum; en cambio, China ha refrendado su vocación fielmente exportadora-importadora… cree en el libre comercio y quiere un win-win porque su demografía es un arma de doble filo (está cerca de tener mil 400 millones de seres humanos).

Sabedora de los inminentes retos, desde 2013, el país de Mao presentó un desbordante hito en materia de planificación fuera de sus fronteras con la ambición expresa de vertebrarse vía terrestre y marítima -creando accesos lo más directamente posibles- nada menos que con 65 países del globo terráqueo.

A colación

China se constituye en patrocinador financiero ofreciendo una nueva visión de desarrollo a los países participantes que significan el 55 por ciento del PIB mundial, los habitan 4 mil millones de seres humanos y en éstos se concentran el 75% de las reservas de energía y energéticos.

Tiene como baza esencial dos rutas: The Silk Road Economic Belt (Cinturón Económico de la Ruta de la Seda) y el 21th Century Maritime Silk Road (Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI).

La meta es la de concretar las obras de infraestructura en un lapso de 30 a 35 años, esto es, después del año 2050 el mundo tal y como se conoce hoy en día será vertiginosamente distinto.

La infraestructura bajo One Belt, One Road pretende modernizar y construir desde facilidades para las comunicaciones y la conectividad digital hasta puertos, bases marítimas, líneas ferroviarias, carreteras, refinerías, gasoductos y por supuesto oleoductos en los países señalados en la nueva Ruta de la Seda.

Desde 2013, empresas chinas han invertido más de 60 mil millones de dólares en países a lo largo de la Franja y la Ruta. Sólo en 2016, la inversión ascendió a 14 mil 500 millones de dólares, lo que representa el 8.5 por ciento de la inversión total en ultramar llevada a cabo por compañías chinas”, de acuerdo con el Consejo de Estado chino.