Alrededor de las criptomonedas hay toda una literatura cada vez más extendida: una a favor de su utilidad y como rostro de un futuro que parece inevitable, sin dinero físico de por medio, la sepultura de todas las monedas y los billetes contantes y sonantes.

Otra es negra: habla de fraudes, lavado de dinero, de servir al crimen para evadir a los bancos y a los sistemas financieros proporcionándoles desde Internet un mundo financiero paralelo grisáceo y opaco. El dinero de la mafia va al universo del dinero digital, al menos, eso dicen las malas lenguas.

Algunas webs como bitcoin.org  ofrecen el anonimato en las transacciones y pagos rápidos internacionales: “Los bitcoins pueden ser transferidos desde África a Canadá en 10 minutos. No existe un banco que retrase el proceso, honorarios escandalosos o congelar la transferencia”.

Sin una regulación internacional, ni una supervisión prudencial por parte de algún  banco central, las criptomonedas siguen estando fuera de la arquitectura financiera actual… al menos hasta el momento.

Al misterio de su creación, en 2009 por alguien que se hace llamar Satoshi Nakamoto, que no ha dado la cara y que se especula podría ser un grupo de personas bajo ese seudónimo,  con el paso de los años los bitcoins han ido atrapando primordialmente a la Generación Z y a la Millennial y también a ciertos inversores proclives al riesgo.

Cada vez más gente ha probado inversiones en  criptoactivos y no siempre han salido bien, las historias de fraudes reales  en un país y en otro, finalmente han llamado la atención de las autoridades supervisoras cuya postura se había limitado únicamente a advertir que una inversión en bitcoins o similares está fuera del alcance legal del sistema financiero y que un fraude es potencialmente probable.

El gancho utilizado es el de la clásica pirámide: la gente  primero cambia poquito dinero a criptomonedas, para ver cómo funciona y qué tal va; los primeros tres a seis meses observa cómo ese poquito dinero cumple con sus expectativas de  súbita revalorización… y así se anima a cambiar más.

Desde Internet, las páginas webs dedicadas a captar potenciales inversores anuncian subidas espectaculares: “Si en enero de 2010 hubieses comprado 100 euros de bitcoins y vendido en noviembre de 2013, el valor hubiera sido de 120 millones de euros. No está nada mal ¿verdad?. Pasar de 100 euros a 120 millones de euros, en tan solo 3 años. Y todo ello con una inversión de risa, parece un sueño”.

A COLACIÓN

Hace unos meses en España, la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) pidió al Juzgado de Instrucción número 31 de Madrid que bloqueara un monedero digital gestionado precisamente por Coinbase con sede en Londres, Reino Unido.

Se trata de una estafa con criptomonedas  con múltiples afectados no solo de España, sino de varios países, gente que durante la pandemia –desde sus casas– pensó que “protegía” su dinero de las consecuencias económicas derivadas de la urgencia sanitaria cambiándolo a inversiones en moneda virtual.

Los defraudados son gente principalmente estudiantes y gente trabajadora y varios pensionistas que invirtieron una parte o todos los ahorros de su vida.

El dinero invertido por las personas defraudadas, a partir de registros de la UDEF,  superaría en conjunto los 20 millones de euros cambiados a un monedero de la entidad Konto.Fx.

Hay una telaraña de intereses entretejida alrededor de una red criminal que usa las criptomonedas para robar a las personas, el Juzgado 31 investiga a unas 120 personas mientras que la policía científica y cibernética revisa 78 dominios de Internet; es tan extensa la red que abarca 30 países y tiene más de 235 cuentas bancarias y casi mil distintos números de teléfono para llamar a los incautos.

Sin embargo, a pesar de todo lo que rodea de misterio en torno al mundo de las criptomonedas y los criptoactivos, siguen captando más adeptos, gente que libremente cree en este modelo.

La semana pasada, el Banco de España alertó acerca del crecimiento “exponencial” en la negociación de cripotactivos advirtiendo que no tienen soporte de activos financieros tradicionales, ni están regulados, ni amparados por ningún banco central. La realidad es que tarde o temprano tendrá  que tomarse una medida al respecto.