Para muchos mexicanos, salir del país, dejar su hogar, sin saber si regresarán ha sido una
realidad tangible por generaciones. La violencia, la escasez y el peligro son solo algunas de
las adversidades que enfrentan al emigrar en busca de mejores oportunidades. Sin
embargo, ¿qué sucede cuando se les obliga a regresar? Miles de mexicanos son
deportados anualmente de los Estados Unidos, algunos después de décadas de residencia;
vuelven a su país, al que muchos apenas recuerdan o, que jamás conocieron. ¿Es
realmente un regreso a casa? cuando carecen de hogar, empleo, redes de apoyo o
conocimiento de cómo moverse en sociedad. Para ellos, la deportación no solo representa
una desgracia personal, sino el inicio de un proceso de exclusión y precariedad, mitigado
apenas por las políticas de reintegración en México.
Aunque las políticas migratorias de Estados Unidos han variado entre una administración y
otra, las características (circunstancias) de los mexicanos deportados han sido poco
estudiadas. El análisis titulado Deportaciones y Retornos: La Migración de Regreso de
Inmigrantes Mexicanos Indocumentados Durante Tres Administraciones Presidenciales
combinó datos de ambos lados de la frontera, para examinar las tendencias de
deportación entre 2001 y 2019. Los hallazgos mostraron que los hombres jóvenes,
solteros y con menor nivel educativo fueron consistentemente el grupo con mayor riesgo
de deportación, independientemente de la administración en turno. Mientras que la
administración de Obama priorizó la deportación de recién llegados y personas con
antecedentes penales, por ejemplo, la de Trump buscó expulsar a todos los inmigrantes
indocumentados sin distinción.
Los migrantes de larga estancia, cuando son deportados, enfrentan serias dificultades al
regresar a México, su proceso de retorno se convierte en un conjunto de obstáculos con
connotaciones psicológicas y sociológicas no fáciles de resolver. Uno de los principales
retos es el acceso a un empleo, ya que muchos llegan sin contactos, documentos, ni
estudios válidos en el país. Esto los obliga a aceptar trabajos mal pagados y precarios, sin
seguridad laboral ni beneficios. La falta de una oportunidad económica estable le genera
un ciclo de pobreza que dificulta su adaptación al país y un resentimiento de vida. Si los
deportados se ven como “fracasados”, porque su búsqueda de una mejor vida fracasó, es
poco probable que tengan paciencia para lidiar con trámites burocráticos, como la
revalidación de estudios o la obtención de documentos oficiales para volver a comenzar
una nueva economía de vida.
A este problema se suma la discriminación por el uso apropiado del idioma o por el
desconocimiento de las tendencias culturales del momento, que los excluye de la
interacción social. Este rechazo agrava su situación, ya que -de acuerdo con Montes – se
sienten desplazados y rechazados por su propia gente. La percepción de no pertenecer “ni

aquí ni allá”, aumenta su aislamiento y les impide reintegrarse de manera estable a su
regreso. Esto sin contar el daño psicológico que pueden llegar a tener. El proceso de
deportación o retorno forzado puede generar estrés, ansiedad y depresión, especialmente
cuando ven perdidos años de esfuerzo en EE.UU. La incertidumbre sobre su futuro y la
dificultad para adaptarse al nuevo entorno aumenta el riesgo a su salud mental.
Otro desafío significativo es el choque cultural. Después de vivir años fuera, los migrantes
encuentran que México ya no les resulta familiar. El regreso se convierte en una
experiencia frustrante e incomprendida, algo que sienten más un exilio que un retorno al
hogar. Adaptarse al entorno del cual salieron, y que ya no reconocen como propio, hace
que la reintegración sea más difícil, como sostiene Vila-Freyre citando a Hernández-León
& Zúñiga. En los casos de familias de estatus migratorio mixto, la deportación significa su
fragmentación. Al ser así, la separación conlleva dificultades similares a las del divorcio
con abandono del hogar y les crea una necesidad para redefinir su estatus civil de facto.
Estos desafíos exigen una respuesta apropiada con políticas públicas que ofrezcan empleo,
apoyo social, emocional y hasta cultural para facilitar la reintegración de los deportados.
En este sentido, el programa "Somos Mexicanos", que busca apoyar a los mexicanos deportados o repatriados, tiene un alcance limitado en tanto no atiende sus necesidades de manera integral. Por ejemplo: a) no contiene un componente de educación pública dirigido a la sociedad general que permita entender mejor a nuestros connacionales
regresados y b) no contempla que los problemas culturales y psicológicos que enfrenten
reciban una atención de larga duración.

Aunque las ONG y sus albergues intentan complementar un limitado apoyo gubernamental, sus escasos recursos no les permite cubrir necesidades básicas, la discriminación y reintegración a la cultura nacional. Cobijar grupos deportados requiere repensar con carácter nacional.

Empero, la deportación afecta tanto a los connacionales como al país. Es urgente el
establecimiento de políticas públicas integrales que faciliten la reinserción de los
compatriotas deportados en la sociedad mexicana. Este momento nacional debe reflejar
una política poblacional no solamente en términos económicos, sino también desde una
perspectiva humanitaria, considerando el bienestar de las personas afectadas y una nueva
sociedad mexicana que tenga espacio para todos.

Por el Mtro. Jose R. Xilotl Soberón y los alumnos Fátima Vargas López y Emiliano
Olivares Valle
Escuela de Relaciones Internacionales de la Anáhuac Puebla