Hace poco me preguntaron ¿Cómo saber cuándo es correcto hablar de un tema que involucra a otro?, por ejemplo, hacer referencia de cómo fueron tus padres contigo o lo que sucedió en una relación de pareja…

Lo que has vivido es parte de tu historia, por lo tanto eres dueño de la misma, si existe un posible límite para abordarlo públicamente está en no hacerlo con la intención de causar daño; es decir, es muy distinto que hables de estos temas con la finalidad de que la experiencia pueda ser útil para otros a hacerlo con la intención de hacer quedar mal a otras personas frente a los demás.

Es válido también si no se utilizan adjetivos calificativos, si no se hace una crítica de la persona sino que solo se habla de la situación o la experiencia.

Cuando se habla con dolo de alguien es porque no se ha superado lo ocurrido, si el objetivo es inspirar una reflexión o motivar un cambio es conveniente, que el enfoque no esté en generar mal sino en propiciar un bien.

Eso es lo que podemos y necesitamos considerar antes de hablar de algo o de alguien… y recordé el método de los tres filtros de Sócrates: 1. Asegúrate de que lo que vas a decir es verdad; 2. Emplea la bondad, que lo que vas a decir sea bueno; 3. Que sea útil. Si lo que vamos a decir no pasa por estos tres filtros, entonces, ¿para qué hacerlo?

¿Verdad que hay una gran diferencia? Claro que depende del lugar y de las personas con las que tocas el tema, no es lo mismo participar en una conversación entre amigos, en una reunión de trabajo, estar en tu sesión de psicoterapia o en un discurso público… La sinceridad es una cualidad cuando está no es utilizada para herir a nadie.

Si hay un tema pendiente con una persona se aborda con esa persona… si la cuestión es resolverla desde nosotros, entonces se soluciona contigo, si la intención es ayudar u orientar, entonces se aborda desde el posible aprendizaje que puede generar y no desde la crítica o el juicio.

Si la idea es desahogarse, entonces, se habla en confianza en un entorno apropiado, donde quien te escucha no toma partido.

Lo que vivimos con otras personas debe servirnos como experiencia, para utilizarlo en lo cotidiano, si fue doloroso o particularmente difícil se busca como superarlo, pero, no tiene sentido hacerlo para causar daño.

Por supuesto que tenemos la libertad de expresarnos, de ahondar en lo que ha sido significativo para cada quien, y cada cual decide qué hacer con sus experiencias: las utiliza para crecer o coloca una pausa en su crecimiento personal al engancharse en el resentimiento.

Todos tenemos historias que compartir, de las que los demás pueden aprender, y como ya dije, somos dueños de esas historias, aquí la reflexión es: que terminamos siendo como son nuestras conversaciones.

Si nos enfocamos en los asuntos negativos, en el enojo o la tristeza, bloqueamos la oportunidad de superar aquello que en algún momento nos lastimó.

Es un buen ejercicio el escucharse a sí mismo… ¿de qué hablamos y cuál es el sentido de hacerlo de esa forma o enfocarnos en ciertos asuntos?

Recuerdo que muy similar a los tres filtros de Sócrates es que “si no tienes nada bueno que decir es mejor no decir nada”, y si no hay nada bueno que decir, pero, hay un objetivo positivo en decirlo, entonces que sea del hecho, no de las personas.

Por otra parte, hay experiencias que tenemos que soltar, ¿para qué traer al presente una y otra vez lo que ya no está o no debería estar presente?… si continúas repasándolas en tu mente, si las repites una y otra vez ¿Cuándo vas a superarlas? Sobre todo, si se habla de estas de la misma forma en que se hizo en un principio: con quejas, ira o culpa.

El sentido que nos conviene darle a nuestros pensamientos y palabras es el que transforme la propia vida o la de quienes coinciden con nosotros, o por lo menos, que no afecten a nadie.

Somos lo que pensamos, decimos lo que traemos en la mente… yo digo que así como las computadoras y los celulares requieren resetearse de cuando en cuando también nos convendría hacer esto con nuestra mente.

Cambiar los archivos, actualizar la información, buscarle un uso práctico y favorable a los recuerdos, a lo que hoy queremos que sea más importante, y desechar lo que solo estropea el buen funcionamiento.

Y si vamos a hablar del pasado o del presente, y este involucra a terceras personas, entonces, tener cuidado y respeto de cómo y porqué lo hacemos.

No tenemos que obligarnos a callar o resistirnos a tocar aspectos de nuestra vida, somos libres para hacerlo, el punto es, que lo que pensemos, digamos o hagamos sea un impulso hacia adelante, hablar de pruebas superadas, de experiencias aprendidas, de cómo nos hemos convertido en mejores personas y que esto ayude a otros… y no para prolongar el enojo, la tristeza o la repetición justo de lo que no deseamos más.

¿Qué sentido tiene lo que dices? ¿Ayudará a alguien? ¿Te hace bien decirlo?

Sé libre en tus pensamientos y palabras, tan libre que puedas eliminar lo que no te convenga cargar en el presente.

Hay una frase que puedes aplicar en estos casos: “Eres dueño de lo que callas y esclavo de lo que dices”, si lo que dices te va a esclavizar… ¿Qué sentido hay en decirlo?

Tú eres tu discurso, el de todos los días… ¿Qué estás mostrando de ti en lo que dicen tus palabras? ¿Te llevan a algún lado o te sujetan al pasado? ¿Te hacen crecer ante tus propios ojos o te arrepientes de lo que hablas?… ¿Lo pensé o lo dije?

 

Twitter: @Lorepatchen

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