En abril de 1970 apareció en Argentina el primero de los 29 números de la revista “Ciencia Nueva” dirigida por tres jóvenes científicos: Ricardo Ferraro, Ignacio Ikonicoff y Eduardo A. Mari e inspirada por Manuel Sadosky, pionero de la informática en Argentina. El editorial de ese primer  número es de tol actualidad hoy, 47 años después. Algunos fragmentos se citan a continuación.

En 1970 es ya suficientemente claro que ninguna generación tuvo sobre sus espaldas las dramáticas responsabilidades que nos obligan a nosotros a decidir cómo vivirán —y si vivirán— las generaciones venideras. Ninguna dispuso de un poder tan enorme, ni de una influencia que abarcara, como hoy, a todos los hombres de la Tierra”.

Después de enumerar los logros científicos en distintos campos, se señala: “Pero también estamos impurificando la atmósfera, contaminando los mares y destruyendo nuestros recursos naturales… una parte sustancial de los trabajos en ciencia y tecnología se dedican al desarrollo de armas….De cada tres hombres, dos viven en condiciones inaceptables de nutrición, vivienda y desarrollo intelectual, el tercero vive compulsado a consumir indiscriminadamente para evitar que la economía de su país se desmorone”.

Argentina vivía entonces una época donde las sucesivas dictaduras militares impulsadas por Estados Unidos provocaron una reacción popular de grandes proporciones. La aparición de grupos armados fue la excusa para reducir engañosamente la confrontación a una lucha  contra los “delincuentes subversivos”. Entre estos últimos se consideró a los estudiantes y científicos críticos. Ignacio Ikonicof, Héctor Abrales y Horacio Speratti, integrantes del equipo de “Ciencia Nueva”, fueron desaparecidos por la dictadura militar que asaltó el poder en Argentina en marzo de 1976.

Finalmente el  debate, los cuestionamientos y proyectos sobre el país que se quería, se terminaron a sangre y fuego en Argentina. Los militares diezmaron a una generación de jóvenes con alta capacitación científica y con un sentido crítico de su papel en la sociedad.

Es lícito preguntarse si la actual entrega del país a la voracidad de las empresas mineras con la consiguiente destrucción del medio ambiente, si el actual cultivo de semillas genéticamente modificadas con el uso masivo de agrotóxicos, o si la nuclearización de Argentina, hubieran podido darse sin el previo silenciamiento de las voces críticas de una generación.

La experiencia de la revista “Ciencia Nueva” nos recuerda que existen otras visiones del mundo y de la ciencia, que la catástrofe planetaria provocada por la imposición de las políticas de las grandes corporaciones está reclamando un enfoque crítico de la ciencia centrado en el ser humano. Algo como lo que intentaron hace casi medio siglo los que publicaron “Ciencia Nueva”, allá en el lejano sur.

 

 

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