Muchas voces en México han expresado su preocupación por lo que ocurre en Venezuela. Seguramente motivados por las mejores intenciones estas personas señalan los desaciertos y excesos de ese gobierno que se encuentra en desgracia.

En Venezuela existe un coctel de problemas significativos; una crisis económica y política sin precedentes que mantiene a los inconformes en la calle. A ello hay que sumar el repudio de un buen número de países de la región y, recientemente, sanciones económicas por parte de Estados Unidos. Si a lo anterior, se suma la nueva encarcelación de los principales líderes opositores y un ejercicio (simulación) para elegir una Asamblea Nacional a fin al gobierno, las cosas se complican aun más.

Bajo este parámetro lo ocurrido en aquel país podría servir de ejemplo de todo aquello que no se debe de hacer en una nación. Uno de los primeros errores fue dejar en manos de una persona un proyecto de país que parecía (en un primer momento) cercano a la gente y precursor de mejores condiciones para los grupos vulnerables. Ese es un grave problema de la región. Aquí la política se personaliza de tal forma que todo lo que haga o deje de hacer el presidente tiene un impacto (positivo o negativo) en toda la sociedad sin que existan otras instituciones que sirvan de balanza ante este poder desmedido. Esa carencia de contrapesos exacerba la dependencia política unipersonal y no permite instaurar mecanismos democráticos que equilibren el poder.

Por otra parte, aquella vieja práctica de callar, encarcelar, reprimir o aniquilar a los opositores del régimen es una de las cuestiones que no dejan de cautivar a los gobernantes en la región. En algún momento en México los opositores del régimen lucharon batallas heroicas para tratar de ganar espacios de reconocimiento. Gracias a esos esfuerzos se logró generar cierta tolerancia para los adversarios políticos. Pero en general todavía en América Latina nos cuenta trabajo convivir con los disidentes. Y ello también debe de preocuparnos porque estamos en la antesala de un proceso electoral (2018) y seguramente no serán pocas las voces que quieran comparar los perfiles políticos entre México y Venezuela, un desacierto desproporcionado a todas luces.

Venezuela nos debe dejar como enseñanza que todo exceso ideológico (izquierda y derecha, pobres y ricos, burguesía y proletariado, buenos y malos) conduce al despeñadero. La conformación de las sociedades actuales no se puede ajustar a un escenario de blanco y negro.

Quizá el gran problema del actual gobierno de Nicolás Maduro fue que quiso dividir a la población en sólo dos bloques: amigos y enemigos. Y bajo ese parámetro quedaron fuera millones de ciudadanos que sólo buscan vivir con tranquilidad en un estado de derecho. Más allá de dogmas trasnochados y obsoletos.

 

Enrique López Rivera

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