Para comprar barato se sufre. Comprar productos perecederos a precios bajos atrae a cientos de  familias al mercado Primero de Mayo y su plazuela, las que a base de empellones, pisotones, golpes no intencionales  y un lento avance cargando pesados bultos, buscan “estirar” el gasto y surtir la despensa.

La posibilidad de comprar dos kilogramos de jitomate en 16 pesos el kilogramo, un kilo de tomates en nueve pesos, uno de cebollas en 4.50 pesos; de papa chica, en 14 pesos, manojos de cilantro o perejil de un peso –todavía-; de calabacitas,  de ocho pesos, además de kilos de plátanos, en siete pesos; de mango manila, en 10 pesos; de melón, en ocho pesos o de guayaba, en nueve pesos, atrae a una multitud que congestiona los espacios.

Los estrechos callejones que componen la Plazuela del mercado se observan saturados de familias que acuden al lugar a sabiendas de sus bajos precios, aunque peso dudoso y calidad de mediana a baja en los productos, los que se observan sucios, pintos o muy maduros.

“En Aurrerá el kilo de jitomate está en 17.50, y en las tiendas de la colonia, en 18 pesos, y aquí lo compro en ocho pesos, así que ni dudo en venir aquí”, comenta la señora Esperanza Gómez, quien se desplaza desde la colonia Matilde hasta el centro de la ciudad para acudir a este mercado, de donde parten, ella y su esposo, cargando pesadas bolsas.

Llegar hasta el mercado resulta más fácil en transporte público que en vehículo particular, por la falta de espacios suficientes de estacionamiento. “Nosotros dejamos el coche en la plaza de la Diosa de los Vientos, y nos venimos en Tuzobus, es más fácil”, asegura a su vez Juan de Dios Zepeda, quien con su esposa y dos hijos adolescentes “cargan el mandado” para dos semanas.

Es que además aquí hay de todo; desde papas hasta hojas verdes, toda clase de fruta, hierbas medicinales, carne, pollo, chiles, cazuelas de barro, veladoras, de todo”, añade el señor Zepeda.

En el interior del mercado abunda la venta de carnes, pollo, carnes frías, quesos y chorizos, además de los dulces artesanales, las piñatas y los puestos con comida y antojitos, artesanías variadas y productos esotéricos.

Aquí venden más caro, subamos a la plazuela”, se escucha decir a una señora de mediana edad, quien junto  con dos jovencitas emprenden el ascenso, por  una escalera copada por vendedores de hojas frescas, aguacates y pescado ahumado, a  los pasillos de La Plazuela.

Al llegar a la Plazuela se multiplica la oferta de productos perecederos, frescos, atractivos a la vista, además de los gritos de los comerciantes que anuncian sus productos.

Sin precios a la vista del público, en muchos casos, se observa que es frecuente que los comerciantes fijen precios a su arbitrio y apliquen  aquello de “según el sapo, la pedrada”, pues se observó que llegan a variar de cliente a cliente.

¡Aquí si damos kilos completos!”, grita un jovencito de voz chillona que ofrece bolsas con tres y cinco kilos de naranjas.

Entre los consumidores se entremezclan “rancheadores” que lo mismo ofrecen “hojas de té limón, té naranja, flores de azar, de tila”, “ungüentos con mariguana” que “remedios pal’mal de amores”.

Salir del lugar con dos kilogramos de huevo, de 15 pesos el kilo, enteros, se convierte en una auténtica odisea, que puede premiarse con nieves artesanales de limón, mango o guayaba coronadas con mermelada de piña y rociadas con coco rallado.