Ante el reciente triunfo de Andrés Manuel López Obrador, no es pequeño el porcentaje de la población que manifiesta entusiasmo y optimismo respecto al futuro de México.

A veces la alegría que se percibe llega a ser tan grande y tan dominante como el 53% del padrón que votó por su candidatura. Esta situación me recuerda bastante a la que imperaba con el triunfo de Vicente Fox Quezada en el 2000, quizá en aquella ocasión la euforia fue mucho mayor por el rompimiento de la inercia de siete décadas de gobierno del PRI.

Por el contrario, un porcentaje menor (pero importante) de la gente tiene serias dudas sobre lo que pasará en adelante en nuestro país; no pocos están calculando escenarios en cuanto a cómo asegurar su futuro laboral y estabilidad familiar, por ejemplo. Algunos piensan en cómo irse a otro país si acaso fuera necesario.

Como dijo el danés Niels Bohr, Nobel de Física, “predecir es muy difícil, especialmente si se trata del futuro”. Bien, lo que muchos tratan de predecir es ¿qué pasará con México? ¿Qué ocurrirá con nuestro futuro? Nadie lo sabe, pero hay algo que sí podemos saber: No se engañe nadie, el futuro de México no está en AMLO, tampoco lo estuvo en Ricardo Anaya ni en José Antonio Meade, Margarita Zavala u otro candidato.

El futuro de México está en nosotros. Y de nosotros depende que ese futuro sea realmente bueno. En los últimos 18 años hemos comprobado que, como ciudadanos, podemos decidir a quién poner en la silla presidencial. Bien. De lo que no somos tan conscientes es del hecho de que cada presidente o gobernador o cualquier persona en posición de dirigencia, también son humanos como nosotros.

Con frecuencia tienen: (1) compromisos de grupo (por afinidad religiosa, escolaridad, aficiones compartidas, situación laboral, apoyos recibidos, etc.) lo que conduce a tener pactos por cumplir pero con los cuales se está en cierto desacuerdo, (2) flaquezas conductuales no tratadas o por mejorar, (3) objetivos que desean alcanzar pero que se confrontan con limitaciones inamovibles (típicamente presupuestarias), (4) errores de apreciación…en fin, todo tal como nos pasa a nosotros.

Para no ser injustos y tener un adecuado sentido de igualdad y honestidad, no debemos esperar que un señor o una señora en la presidencia realicen algo que nosotros mismos, en nuestro pequeño microcosmos de vida, no podemos hacer.

No hay ser humano perfecto. Eso es algo que debemos tener presente siempre. Un partido político específico o una ideología concreta, no va a resolver la vida de nadie, ni arreglará un país completo como si de magia se tratara. Como seres humanos tendemos a pensar en una autoridad central, humana como nosotros pero superior en virtudes, que sí puede hacer lo que nosotros no, pero eso es un error que debe cambiarse.

Algo mucho mejor que un líder perfecto (lo cual no existe), es la unión de ciudadanos concentrados en hacer mejor las cosas (no solo en nuestro ámbito propio, por ejemplo, también en vigilar que nuestros dirigentes efectivamente gobiernen de forma adecuada). La obra clásica de Putnam abona al respecto.

El individualismo creciente de la sociedad mexicana ha minimizado el desarrollo de actividades colectivas, lo que a la larga, reduce la confianza entre personas, entre gobernados y gobernantes, y también afecta la reciprocidad de las acciones: la búsqueda del bienestar individual se sobrepone a la del bienestar colectivo; justo lo contrario que Alexis de Tocqueville identificaba como esencial para fortalecer la democracia, y de este modo, la vida en sociedad.

Pero a pesar de muchos esfuerzos evidentes, estos siguen siendo casos aislados, aún no existe una sociedad civil mexicana verdaderamente fuerte y organizada; por el contrario, la tendencia es ensimismarse en los asuntos propios, dejando de lado cualquier cosa que tenga que ver con los demás (como tratando de desconectarse del resto); especialmente, se espera que sean otros (los dirigentes políticos) quienes arreglen muchos de los problemas que solamente como sociedad organizada se podrán abordar, de tal modo que, lo que se ha dado en llamar “capital social” disminuye en nuestro país.

El problema con esto es que se ha comprobado que justamente la pérdida de capital social se asocia con el incremento de la violencia, con embarazos en la adolescencia, suicidios, mal desempeño escolar, mortalidad por mala atención en el embarazo, propensión a la corrupción, entre otros.

Por el contrario, estadísticamente hay evidencia de que la generación de capital social contribuye al desarrollo económico y disminuye la pobreza. En síntesis, a pesar de su claro efecto positivo, en México no podemos decir que la gente coopere suficientemente ni se coordine consistentemente para alcanzar un beneficio mutuo, excepto en situaciones de catástrofe natural.

Estimada lectora y lector, no espere que todo se resuelva desde la presidencia (del partido político que sea), también desde la sociedad civil debemos cooperar, vigilar y contribuir con las soluciones.

Este es el meollo del asunto: Quizá, más que capital financiero e inversiones, lo que México necesita urgentemente es capital social. ¿Participaría usted en su consolidación?

 

Por: Eduardo Macario Moctezuma-Navarro

Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo.