Los anuncios dados a conocer en los últimos días por el virtual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el equipo de transición, se han convertido en una auténtica danza de cifras que pudieran llegar a marear, y que pueden conducir a perder perspectiva en un punto toral: ¿y de dónde los recursos?
Entre este tsunami de cifras destacan las últimas informadas: 16 mil millones de dólares –más de 300 mil millones de pesos-, tan sólo en el sector energético, un sector que fue condenado por la presente administración federal –deslumbrada por el libre comercio y los precios altamente competitivos, por temporadas, de los energéticos-, a la improductividad y el abandono.
Una política energética realmente transexenal cuyos resultados quedaron a la vista de todos: la dependencia del extranjero en combustibles pasó de 4.5 a 7 litros de cada 10 que se consumen, es decir, al 70%; la producción de gasolinas y diésel cayó a 235 mil de los 784 mil barriles que demanda el mercado, y las refinerías trabajan apenas al 42% de su capacidad. Todo ello sin hablar del desplome en la producción de crudo.
Posiblemente serán muchos los que alcen la voz para señalar que esta política obedeció a las condiciones de un país inmerso en el libre mercado, para el que resultaba más barato el importar combustibles del extranjero, de Texas, para ser más precisos, que producirlos en México.
Y es así, si las condiciones comerciales del mercado internacional no presentaran vaivenes que llegan a disparar o desplomar precios –como la sobreproducción o disminución de la misma en los países árabes-; si las reglas comerciales fueran acatadas por todos –y no aparecieran de pronto en el ámbito político figuras como Donald Trump-, no se suscitaran conflictos bélicos que generaran incertidumbre mundial, o si los combustibles en México no tuvieran una aberrante carga fiscal –Pemex, pese a su improductividad, tiene un costo de producción en gasolinas de 6.20 pesos el litro-.
Sin embargo, es evidente que López Obrador no coparte esta visión e impondrá un giro de 180 en la política energética, y anunció una inversión de 16 mil millones de dólares para reforzar la extracción de petróleo y gas, rehabilitar refinerías y construir nueva infraestructura.
Habló de destinar desde el primer año de su gobierno 75 mil millones de pesos adicionales a exploración y perforación de pozos, para aumentar en dos años la producción de crudo a 600 mil barriles.
Piensa además invertir 49 mil millones de pesos para rehabilitar las seis refinerías que tiene el país y que operen al 100% de su capacidad, además de destinar 160 mil millones de pesos en tres años a la construcción de una refinería nueva en Tabasco.
Es de pensar que más allá de una política nacionalista, la decisión obedece a cuestiones prácticas y de autonomía, como terminar la dependencia en hidrocarburos de los Estados Unidos… y de su voluble Presidente.
Anuncios que en la industria de la construcción caen como lluvia en el desierto, si se considera que la raquítica inversión en obra pública, en infraestructura, de los años recientes ha llevado a este sector a la recesión.
Por lo pronto en esta danza de cifras surge una duda: ¿de dónde el financiamiento? ¿Del posible despido de 1.8 millones de trabajadores burócratas? ¿Del control salarial en altos mandos gubernamentales y desaparición de privilegios de legisladores, partidos políticos, magistrados? ¿Del combate a la corrupción? ¿Será suficiente con ello?
No queremos ni pensar que una vez más México se vea con una deuda pública tan gigantesca que dispare la inflación a cifras de dos y hasta tres dígitos…esa película ya la vimos los mexicanos de más de 50 años y siguen padeciendo sus efectos las nuevas generaciones.