Siempre he creído que la religión y las preferencias sexuales deben ser temas íntimos, no públicos. Al fin de cuentas, en el mejor de los casos, es sólo un asunto de dos; con una pareja en lo sexual, con Dios en los espiritual. Así que cuando esos asuntos trascienden a lo público, el debate aflora con rapidez.

Las acciones erráticas y los escándalos siguen cerniéndose sobre la máxima institución cultural del país. Hace ya un par de semanas todos nos sorprendimos al ver en las redes sociales un evento “no cultural” que se realizaría con bombo y platillo en el recinto más emblemático culturalmente hablando en México. Por supuesto que la noticia comenzó a circular apenas unas horas antes de la realización del evento, el cual consistía, según las imágenes difundidas y colocadas en las afuera del Palacio de Bellas artes, de un “homenaje” a un “apóstol” de Jesucristo. Ya de por sí, leer las palabras entrecomilladas es una mala, pésima señal; esto sin contar con que el carácter “religioso” del asunto no coincidía con el actuar de un gobierno “liberal”. ¿O acaso los conservadores son católicos y los liberales cristianos?

El presidente López Obrador se ha dicho cristiano. En un principio yo le creí, pues no iba a misa todos los domingos como los presidentes panistas; parecía pues que su religiosidad era un asunto privado. Sin embargo decirse cristiano y permitir un evento para la lisonja personal en nombre de Dios, carece de toda congruencia.

El asunto va más allá del uso de un inmueble público para un beneficio privado, después de todo si al menos les hubieran cobrado una buena cantidad de dinero para realizarlo habría un “beneficio” para la nación. Pero al parecer, ni se les cobró, ni se había medido el impacto mediático del asunto. En las horas entre el inicio, la realización y el término del “homenaje” la Secretaría de Cultural federal se encargó de defender lo indefendible: que no se les había dado permiso, luego que sí, que no era un homenaje sino un acto cultural, que sólo se escuchó música y no se entregó un reconocimiento a nadie, entre otras tantas explicaciones absurdas y, por cierto, mal redactadas.

Al paso de los días, parecía que no toda la culpa era de la autoridad cultural: que si un diputado lo había solicitado en nombre de la organización religiosa; que si la invitación al delfín (Batres) del presidente había sido sólo a un concierto y no a un encuentro, quien sabe con qué fines, con el poder económico “cristiano”; que si el diputado presidente de la comisión de cultura opinaba que el acto realizado era tan inocente como una kermes de jardín de niños y por eso había asistido, en fin, más y más sandeces.

Como siempre la realidad supera la ficción y en días recientes el caso tomó un giro tan inesperado como macabro. El tal “apóstol” de morondanga fue detenido en los Estados Unidos con acusaciones poco propias para un “ministro” o siquiera para alguien que quiera llamarse “miembro” del rebaño del Señor: trata de personas, pederastia y producción de pornografía infantil; el tipejo este es pues un delincuente.

A partir de ese momento surgieron más preguntas: ¿De verdad las autoridades culturales no investigaron al usuario del espacio público? ¿Cómo pudieron solapar un “homenaje” a un criminal? ¿De verdad nadie en la secretaría tuvo la ocurrencia (tomando en cuenta que tienen ocurrencias a cada rato, por guglear el nombre del “apóstol” ahora prisionero? Si hasta Lydia Cacho ha dicho que son innumerables las denuncias de abuso contra el personaje. ¿De verdad son tan inutiles?

La cereza en el pastel de la ignominia es la reacción de la Secretaría de Cultura, que hace un par de días volvió a decir, a gritos (que al fin de cuentas es la interpretación al escribir en mayúsculas mensajes digitales) que lo qu es evidente no es verdad, que las cosas fueron como ella dice y que nadie va a renunciar por este acto de corrupción, o en todo caso, por este caso de omisión.

A los anteriores también se les criticaba, por supuesto que sí, el asunto aquí es que los nuevos generaron tal cantidad de expectativas y esperanzas que verlos actuar como chivos en cristalería desilusiona hasta el enojo.

Todos esperábamos que las cosas cambiaran en el sector cultural. Pensándolo bien, cambiaron, pero para peor.

 

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