Nací en el estado de Veracruz y conocí el puerto del mismo nombre alrededor de los 7 años. Debo haber estado en la escuela primaria la primera vez que escuché el término “la tres veces heroica”, refiriéndose al número de veces que la ciudad de Veracruz ha resistido el asedio de tropas extranjeras, la última vez en el año de 1914. Luego de desconocer a Victoriano Huerta, y a raíz de un incidente en el que un pequeño grupo de soldados estadounidenses fueron momentáneamente retenidos y posteriormente liberados, el presidente Woodrow Wilson envió una flota al puerto de Veracruz, que permaneció durante varios meses en la ciudad.

El día del desembarco, Victoriano Huerta ordenó a sus soldados que abandonaran la plaza, dejando a la población civil a su suerte. La población civil y un pequeño grupo de militares resistieron la desigual batalla durante algunos días. No imagino lo que habrá sido el vivir en una ciudad ocupada por un ejército extranjero. Sin duda debió ser una experiencia difícil.

Luego de conocerse los resultados de las negociaciones de la delegación mexicana en EEUU sobre el T-MEC, de pronto surgen “voces airadas” que reclaman responder “como se debe” a las bravuconadas de Donald Trump, como si la política exterior se tratara de una pelea de box. No me cabe la menor duda de que, llegado hipotéticamente el momento de responder con una resistencia similar a la que mencionaba anteriormente, absolutamente todos los que ahora demandan una respuesta “firme” de nuestro presidente, serían los primeros en decir: ¡Ah, esto está ocurriendo por la incompetencia de nuestro presidente, quien debió negociar antes de poner en riesgo a la población civil!”… cómodamente instalados y a buena distancia del lugar de la confrontación.

Algo similar puede decirse de Donald Trump, que actualmente afirma que se hubiera sentido honrado de servir a su país en la guerra de Vietnam pero que, de acuerdo al Washington Post, presentó cuatro aplazamientos por parte de la universidad y un justificante médico para evitar ser enviado a combate durante la misma.

Está visto que no es lo mismo fanfarronear cuando se es el comandante supremo de un ejército poderoso, que afrontar el destino como cualquier individuo en el campo de batalla.

En estos momentos de tensión política, se debe pensar con la cabeza fría cómo responder los exabruptos de un hombre que jamás tuvo la valentía de luchar cuando su país se lo solicitó (al margen de lo cuestionable que fue la guerra de Vietnam).

Quienes en nuestro país apelan al nacionalismo ramplón para criticar el proceder del Presidente López Obrador, solamente buscan denostar, son similares al eremita del cuento de Gibrán Jalil, que le reclama a su compañero: “maldito cobarde, no quieres pelear, ¿eh?”.

 

 

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