Por: Fabiola Díaz de León

El espejismo de la libertad que vivimos es una trampa que nos mantiene esclavizados a todos. Hemos vivido sometidos por miles de años de una forma u otra. De las cadenas no se salva nadie, tal vez la única liberación real del ser humano sea la muerte, porque el nacimiento es el origen de nuestra esclavitud, de someternos como hijos, de someternos como ciudadanos, como parejas, como empleados, como estudiantes, como enfermos –de mantenernos al servicio de intereses que son todo menos propios. Y es que somos seres vivos cuyas necesidades primarias de sustento, albergue y arraigo o pertenencia nos persiguen a lo largo de toda nuestra existencia. Para desgracia de todos, en el siglo XXI estas necesidades se han visto multiplicadas por la enorme cantidad de servicios y comodidades de las que gozamos a costa de masas oprimidas y ecosistemas devastados.

Quisiéramos no ser parte de un sistema que esclaviza por igual a todas las clases sociales y habitantes de las comunidades que conformamos los moradores de la tierra. Sin embargo la realidad es otra: para que algunos podamos comunicarnos y trabajar mediante el uso de computadoras y teléfonos inteligentes tenemos que participar del criminal uso y explotación del coltán, mejor conocido como la maldición del Congo por la explotación brutal de menores en las minas del precioso material. Pero también el titanio, del que México tiene convenios de explotación con China desde hace más de una década y que funge como uno de los minerales requeridos por estas tecnologías que a la fecha nos parecen indispensables.

Si bien ahora podemos mover el mundo desde uno de estos aparatos sin tener que movernos un centímetro de la comodidad de nuestros espacios de trabajo o preferencia doméstica, ello nos obliga a mantener fuentes de energía eléctrica –sin contar lo que pagamos de contado, o en mensualidades por computadoras y celulares. No dejemos de recalcar que la producción de electricidad es una de las causas de mayor devastación del planeta, así como lo son la agricultura y ganadería industrial. La humanidad se ha convertido, en poco menos de tres siglos, en una especie absolutamente depredadora y suicida. Nuestra sobre-población y lo que requerimos para sostenernos en consumos de agua y alimentos, muy aparte de nuestras tendencias a usar y desechar todo tipo de contaminantes que requerimos, como vestimenta y servicios, nos han llevado a un estado de crasa supervivencia y todo para que estemos al servicio de economías gigantescas que ya no son de este mundo.

Pero: la mala noticia para los poquísimos dueños de todos los bienes es que no hay otro mundo fuera de éste. Todavía, y por más que lo hemos buscado, que sepamos, no existe en nuestro universo otro planeta capaz de acogernos con la forma de vida que hemos gozado sobre la tierra. O todos nos subimos al barco de revertir el daño que le hemos infligido o todos vamos a perecer en el intento de pagar nuestras cuotas.

Con la devastación de nuestro medio ambiente todo lo que llamamos civilización va a ser obsoleto e inoperante. Los gobiernos del orbe entero tienen que hacer un esfuerzo por rechazar esas economías que agravan los problemas de la madre tierra y voltearse hacia formas de vida menos soberbias pero más funcionales y sustentables, dirigiendo nuestras miradas y atención hacia las comunidades tradicionales en un esfuerzo por asegurar su continuada autosustentabilidad.  Los grandes movimientos de masas que llamamos democracias tienen que velar por la supervivencia de las especies y los pueblos y no solo por mantenerse en un poderío que de nada servirá cuando ya no haya a quienes gobernar ni fronteras que delimitar en un mundo erosionado y desértico.

Los muchos medios de comunicación que nos influyen a diario tienen que considerar sumarse a las campañas a favor de medidas que propaguen el uso de energías limpias (y – para desgracia de muchas empresas privadas y estatales – prácticamente gratuitas), “vendiéndonos”, por así decirlo, las verdades que a todos nos urge aprender, en vista de que, hoy por hoy, todos –en menor o mayor grado– contribuimos a la debacle de nuestra propia existencia. Pues el caso es que  todos contaminamos el ambiente y la tierra misma con la ropa que usamos, con las tecnologías y los servicios que empleamos.

No hablemos más de motores de combustión a futuro, ni de electricidad generada por carbón, ni de permanencia en el poder en pro de un proyecto de nación. Los nacionalismos han sido la mayor plaga en la política de este planeta que llamamos nuestro. Son el origen de todos los gobiernos fascistas y totalitarios por no decir estúpidos y corruptos.

 

 

 

Fuentes y lecturas complementarias.
Mailer Mattié La Bondad del Dinero, el tránsito hacia nuevas formas de convivencia social
Mailer Mattié, Cambio Climático: el uso ilegítimo de las contradicciones [institutosimoneweilediciones.wordpress.com]