Hace cerca de cuarenta años me encontré con una noticia que me partió en dos: un taxista asesinó de un balazo a una alumna de secundaria pública. Como decía la nota roja de la época, los hechos ocurrieron al filo de las 07:00 horas, sobre la calle de Necaxa, en la colonia Portales de Ciudad de México.

Aparentemente a la estudiante se le había hecho tarde y paró un coche de alquiler para llegar a la escuela. El conductor intentó sobrepasarse, ella gritó, forcejeó, pidió ayuda y, entonces, el sujeto sacó el arma y le disparó: pum.

El conductor aventó el cadáver de la niña a la acera inmediata y emprendió la huida hacia quien sabe dónde. Los vecinos descubrieron el cuerpo, se armó el alboroto, llegó la policía e inició las investigaciones, y en eso estaba cuando la madre de la muchacha pasó por el lugar con alguno de sus otros hijos y descubrió a su hija muerta. Su sufrimiento fue inenarrable, su dolor absoluto y su soledad infinita.

En esa época todavía no se conocía el término feminicidio, pero cuando publiqué la crónica en el periódico Ovaciones un círculo cercano de personas se indignó por el hecho criminal contra una menor de edad.

Desde entonces a la fecha he sabido de innumerables casos de violencia contra las mujeres en México en sus distintas manifestaciones, pero en estos momentos el asesinato de mujeres en México ha alcanzado niveles que avergüenzan.

Para dentro de siete días se ha convocado al paro nacional de mujeres “Un día sin nosotras. El 9 ninguna se mueve” en contra de la violencia de género, las violaciones, el tráfico de personas y los asesinatos de niñas, adolescentes y niños.

Algunas instancias gubernamentales se han solidarizado con el movimiento y desde sus esferas de poder han autorizado que las trabajadoras se ausenten de sus labores ese día.

La pregunta es qué harán las mujeres cuya actividad productiva diaria es sacar adelante el hogar, ordenar la cocina, tender camas, llevar a las niñas y a los niños a la escuela, lavar y tender y planchar la ropa, preparar los alimentos para las tres comidas del día, atender a las mascotas, apoyar a los hijos con la tarea, comprar los alimentos, etcétera.

O cómo tomarán la convocatoria las campesinas que se levantan al amanecer a acarrear agua, echar las tortillas al comal, servir los alimentos, darle de comer a los animales, llevar los tacos a la milpa a los hijos y al marido que trabajan en el campo, coser la ropa, lavar, planchar e infinidad de labores que se desprenden de su condición de vida.

Como primer intento el paro del 9 de marzo está bien, pero hay que considerar acciones que abarquen a todos los sectores sociales.