En materia financiera, los efectos de la pandemia del COVID-19 han sido comparados con la crisis financiera de 2008, pero en realidad ambas situaciones son muy diferentes y esto lo tenemos que entender sobre todo para la toma de decisiones.

Algunas ideas al respecto nos recuerdan que hace poco más de una década el exceso de préstamos, entre otras circunstancias, empezaron afectando a empresas bancarias y financieras que llevó a un gran reacomodo, con cierres y fusiones que crearon un nuevo perfil aún ahora vigente.

Ese perfil incluye controles más estrictos para materia de préstamos, desde los que incluyen a las instituciones que los otorgan, hasta los que los reciben, lo que en buena medida ha evitado nuevos problemas.

Pero sobre todo en materia de los actores que gestionan ambas crisis y del ambiente previo en que se mueven es que están las diferencias. El ambiente en 2008 consistía en una estrategia de solución conjunta a los problemas.

Para ello se escogió el impulso al Grupo de los 20 (G20), existente desde 1999 y elevarlo de una asistencia ministerial y de encargados de los bancos centrales de cada país, a la de jefes de Estado y de gobierno, conjuntando visiones de los países industrializados aglutinados en el G7 con las economías llamadas emergentes que así formaron al G20, pues se incluyeron países como México o India o Rusia con obvio potencial económico que se despegaban del conjunto mundial pero sin llegar al nivel de los ricos.

Un espíritu colaborativo –que no debe ser mitificado y por ello quizá sea mejor decir de coordinación- fue el que animó a las tareas para frenar la crisis de ese año. Y muy seguramente habría que agregar a China, ya un actor poderoso en ese año, pero no la segunda potencia mundial por su producto Interno Bruto (PIB) como lo es ahora.

Hoy en día la situación difiere por mucho. Para diciembre de 2019, hace apenas tres meses, las perspectivas económicas mundiales eran de bajo crecimiento, con nubes de recesión para varios países, entre ellos Estados Unidos y México, en buena medida por la guerra comercial que ha enfrentado a China y nuestro vecino del norte.

Y ahí parece residir la principal diferencia, si en 2008 la globalización marchaba y había un espíritu de colaboración de acciones, en mucho mitificado pero existente, ahora veíamos antes del Covid-19 el enfrentamiento, donde en un mismo ring Estados Unidos se enfrenta a China, pero también a la Unión Europea y aún a socios cercanos como Canadá o México.

Quizá, entre otros factores, sea que en 2008 Washington aún veía como lejano el declive de su poder, pero desde 2015, con el ascenso ahora imparable de China, quedó claro que ese declive era real y creciente.

Además, desde luego, la diferencia más obvia es que hace 12 años hubo una crisis financiera con repercusiones económicas, pero ahora serios problemas económicos se están profundizando por el Covid-19, es decir, por una crisis de salud, ante la cual las herramientas financieras no sirven, además de que en buena medida se ven debilitadas por el monto de los recursos necesarios para el combate de la pandemia que se acerca a su pico superior mientras se expande a más países y en cada uno de estos, a más personas y regiones.

Y de nueva cuenta el espíritu de coordinación internacional, que ya estaba muy erosionado, no es el mejor para combatir de forma, valga la redundancia, coordinada a un virus que basa su potencial en su novedad. Y si no véanse los ejemplos a nivel mundial, donde la medida de distancia social inclusive hasta el aislamiento para evitar el contagio y la propagación, se convierte en una era feudal donde cada quien ve por propia salvación.

Lo anterior sin contar las diferencias abismales entre Barack Obama y Donald Trump, que en sí mismas retratan la diferencia de épocas.

 

j_esqueda8@hotmail.com