Lo impensable está sucediendo: que el presidente estadunidense Donald Trump use su discurso de dureza y fuerza contra su propio país y gente.

Desde los tiempos de su precandidatura presidencial el millonario neoyorquino recurrió no solo a la “posverdad”, como cuando acusó que Barack Obama no era estadunidense, sino al discurso de amenaza y fuerza contra sus rivales, reales o inventados. Sus favoritos, es imposible olvidarlo, han sido China y los inmigrantes de México y por extensión de América Central.

Del país asiático se entiende por el crecimiento que registra, el cual hará para mediados de este siglo, tan poco como 30 años, que supere a la ahora declinante potencia en varios rubros.

Los migrantes mexicanos y centroamericanos fueron usados para exacerbar los peores sentimientos de la población estadunidense. Cargados con calificativos de lo más ofensivo que desde luego no vamos a recordar, cimentaron la construcción de un muro fronterizo aún inacabado que daña la convivencia, con ataques que periódicamente regresan, justo cuando así conviene a los intereses del mandatario.

Ya en su gobierno comenzó la guerra comercial contra China que solo ha encontrado una tregua por la aparición del nuevo coronavirus y la pandemia que ha despertado, la cual fue sustituida por una “guerra sanitaria” -llamémosla así- donde el  oponente no es el patógeno sino, otra vez, China por crear el coronavirus, por ocultar información al principio según ha dicho, y si bien en algo tiene razón en lo que respecta al manejo de la información, solo se ha tratado de seguir teniendo contra las cuerdas a Beijing.

En estos tres años y cuatro meses de gestión, el recuento de las víctimas del estilo de gobernar del mandatario es amplio. Inició con el Acuerdo de París, un pacto mundial para reducir la temperatura del planeta y evitar una catástrofe.

Luego fue Irán, con el cual las potencias nucleares habían logrado un acuerdo para que frenara su carrera hacia el arma nuclear, documento del cual el mandatario estadunidense se salió y además aplicó al país islámico sanciones para obligarlo a renegociar de nuevo ese tratado.

Recién las víctimas han sido la Organización Mundial de la Salud y la de Comercio. Ambas acusadas de ineficiencia y burocratismo. La primera también de encubrir a China por el tema del coronavirus, y la segunda por ayudar a que otros países abusen comercialmente de Estados Unidos, lo que según Trump, ha significado que su país sea objeto de abusos y lo mantenga débil.

Otros casos menos sonados complementan la lista de naciones malas y peores, como Venezuela y Cuba, pero en todos ha estado presente un discurso que ofende, que amenaza, que hiere.

Y ahora ese discurso es el que usa contra los manifestantes que protestan por el asesinato sin sentido de un hombre de color por un policía de la ciudad de Minneapolis, capital del estado de Minnesota, que hace frontera con Canadá.

Es muy posible que el movimiento de descontento, por lo que ahora se sabe a nivel mundial son prácticas rutinarias de abuso de la fuerza de la policía local contra minorías, esté “contaminado” por jóvenes extremistas, miembros de organizaciones radicales y demás que aparecen cuando la gente sale a la calle en protesta contra lo establecido.

Pero no se esperaba que el presidente Trump respondiera como lo ha hecho, recurriendo a amenazar con Dios, llamando terroristas a los manifestantes y, sobre todo, advirtiendo de sacar a la calle al ejército para contener las manifestaciones que ya cumplieron una semana.

Increíble la fotografía de elementos de la Guardia Nacional frente al emblemático monumento a Abraham Lincoln en Washington. Parecería que la política de fuerza que ha seguido el mandatario por más de tres años, lo hecho perder el autocontrol y llevado a que en el pelotón de sus enemigos haya incluido al propio pueblo estadunidense.

 

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