¿Por qué nos debería llamar la atención lo que pasa en un país que formó parte de la Unión Soviética y cuya dirigencia política enfrenta estos días fuertes protestas tras comicios presidenciales vistos como irregulares? En primer lugar, porque toda elección con deficiencias significativas –y este parece ser el caso- debe llamar la atención, y en segundo, porque de ocurrir, la caída del actual presidente de Bielorrusia sería la primera en que la actual pandemia haya jugado un papel.

Los cuestionamientos van contra Alexander Lukashenko, quien gobierna desde 1994 tras ganar las elecciones realizadas a tres años de haber proclamado su independencia luego de la desintegración de la Unión Soviética, pero con un sistema integracionista con Rusia, lo que suena lógico habida cuenta de una matriz histórica común.

Parte de los problemas actuales provienen de la forma en que el mandatario que acaba de reelegirse el segundo domingo de este agosto, entiende su papel: no dictatorial, pero si autoritario. De acuerdo a las crónicas, gobernar autoritariamente significa, por ejemplo, haber encarcelado a tres contendientes en las recientes elecciones, lo que tiende un hilo de comunicación que va de Rusia a Brasil, donde opositores de peso también han sido encarcelados.

Sin embargo, esa definición que le ha funcionado durante 26 años hoy está bajo una dura prueba. Aunque ganó oficialmente con 80 por ciento de los votos, un porcentaje similar al que consiguió en 1994, sondeos previos de opinión por entidades no gubernamentales no le reconocían más del 10 por ciento de intención de voto.

Las protestas no fueron nuevas en estas elecciones, pues ya desde su primera reelección hubo dudas y quejas, las cuales se han repetido en las siguientes jornadas electorales presidenciales. ¿Qué es lo nuevo en estas? Por una parte la alta participación sobre todo de jóvenes que desean terminar los 26 años de Lukashenko, quien asumió la presidencia a los 39 años de edad y a los 65 estiman que ya llegó el momento de jubilarlo.

No menos relevante es que los sitios obligadamente dejados vacíos por el encarcelamiento de tres aspirantes presidenciales, haya sido ocupado por tres mujeres, que formaron una tríada que logró movilizar a la población y, de acuerdo a sus cifras, ganar los comicios.

La oposición fue encabezada por Sviatlana Tsikhanouskaya, quien a sus 37 años de edad ocupó la candidatura que su esposo Sergei dejó vacante tras ser encarcelado, y realizó los mítines de mayor concurrencia desde el proceso que terminó en la independencia de la Rusia Blanca, que es el significado de Bielorrusia.

Pero si el gobernante autodefinido como autoritario pero no dictador ha podido ignorar las nuevas orientaciones de la gente, parece haber fallado en ignorar al coronavirus y las consecuencias ahora están a la vista, sobre todo en materia económica. Para el presidente bielorruso la pandemia es una conspiración mundial, por lo que no ordenó alguna restricción y solo sugirió a quien se sintiera enfermo que fuera a trabajar al campo.

Todo un contraste con las recomendaciones del propio ministerio de Salud, que se sumaron a los esfuerzos de la propia población, y quedará por indagar si así ha sido posible que este país tenga una tasa de letalidad de menos del uno por ciento, un tercio de la mundial.

Al parecer Lukashenko tenía buenas razones para evadir las medidas anticovid: ya en enero de este año, en el inicio de la pandemia, la economía bielorrusa había caído 1.9 por ciento y del primer mes del año a julio pasado el retroceso fue de 1.6 por ciento, de manera que el confinamiento y el cierre económico habrían robustecido ese declive.

Pero la opinión pública del país difirió de la falta de medidas porque ya tenía encima la crisis económica, que parece haber sido el motor de la actual inconformidad, desde antes de que se manifestara la pandemia. Además, se sumó la desaprobación de la política anticovid y el deseo de zafarse de un gobierno autoritario, aunque, eso sí, no tiránico.

De salida. Lo volvió a hacer. El presidente estadunidense Donald Trump quiere cobrar los pases fronterizos desde México y aplicar impuestos a las remesas que los migrantes mexicanos envíen a nuestro país, a fin de pagar su muro fronterizo. Parece que el espíritu de la cena de principios de julio en la Casa Blanca ya se olvidó.
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