Jesús Cruz Fernández

El hombre es un ser eminentemente social, no puede vivir separado de los demás, porque solo a través de la interacción social, logramos reconocer nuestra individualidad, reconocer quienes somos, para diferenciarnos de los demás, es decir ser únicos y auténticos.

Cada uno de nosotros tenemos un origen, son nuestros padres, ellos nos heredaron ciertas características biológicas, genéticas, físicas, pero también temperamentales, es decir, ciertas tendencias instintivas a la cólera, a la tristeza, la alegría o la tranquilidad.

Las experiencias que vivimos en la infancia, nuestras relaciones establecidas con nuestros padres, familiares y amigos; los problemas económicos, familiares o sociales, influyeron en la formación de nuestro carácter. Puede haber también influencias positivas, que se dan tan solo con el ejemplo de nuestros padres, como son: la responsabilidad, la puntualidad, el trabajo, el respeto, la solidaridad, la honestidad, valores importantes que nacen o se practican en la familia.

Asi mismo, se pueden ir aprendiendo otros valores, con otras personas que son importantes en nuestra vida, como los maestros o personajes que idealizamos en la infancia o adolescencia y que son como modelos a los que aspiramos a ser, todos esos valores adquiridos o admirados en otros, se le denomina la ética del carácter.

La ética del carácter está dentro de nosotros mismos, es la esencia de nuestro “ser”, lo que verdaderamente somos, lo que verdaderamente queremos “llegar a ser”, nuestros ideales y aspiraciones profundas, como lo es la búsqueda del amor, la libertad, la justicia, la honestidad y la solidaridad con los demás seres humanos.

Si reflexionamos de manera profunda la importancia y satisfacción que generan el vivir conforme a ellos en la vida diaria, si luchamos por alcanzarlos, tendremos las herramientas perfectas para obtener éxito en nuestras relaciones de familia, en el trabajo y nuestras relaciones sociales.

La personalidad en cambio es la apariencia, lo que queremos que vean los demás de nosotros, son el cumplir con las formas y protocolos sociales, porque en muchas ocasiones, esas acciones no nacen de nuestro ser, las cumplimos por miedo a la crítica, a ser rechazados, por buscar que se nos apruebe, pero en el fondo quisiéramos actuar de otra manera, como verdaderamente somos, decir lo que en verdad pensamos y sentimos, desde luego eso no nos da derecho a lastimar a los demás, como dice el dicho: “Lo cortes no quita lo valiente”

Ser auténticos, es aceptarnos como somos, no simular, ni fingir ante los demás, es aceptar nuestras limitaciones, imperfecciones y amarnos a nosotros mismos, ya que en este mundo nadie es perfecto, pero si luchar por modificar todo lo que si esta a nuestro alcance mejorar para seguir creciendo.

Por lo anterior, si deseamos tener relaciones saludables con los demás, éxito en el trabajo y la familia, el cambio debe ser desde el fondo de nosotros, cultivar y poner en práctica valores como la amistad, la gratitud, la honestidad entre otros, ya que todo ser humano desea en el fondo ser aceptado, reconocido y querido por los demás, ya que esto llena un instinto básico del hombre: el instinto social o de reconocimiento social que son necesidades básicas del ser humano.

“Ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de llegar a ser, es el único fin en la vida». Robert Louis Stevenson.
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