René Anaya

Sin llegar a extremos absurdos ni a considerar con un optimismo infundado que las crisis o pérdidas son oportunidades para mejorar, puede plantearse que el virus SARS-Cov-2, causante de la pandemia Covid-19, ha impulsado la investigación científica, así como la comunicación entre investigadores de diferentes disciplinas, que ha permitido acelerar el conocimiento de la virología, la epidemiología y la inmunología, entre otras.

Pero no solamente las disciplinas biomédicas han avanzado, también se ha podido estudiar tanto el comportamiento humano en situaciones complicadas, como las consecuencias de la disminución de las actividades cotidianas en aire, mar y tierra, que podrán influir en la conformación de las políticas públicas. Si esto último no sucede, por lo menos se comprenderán mejor los fenómenos biopsicosociales.

El valor del silencio
Una de las primeras modificaciones que hubo durante el confinamiento fue la llegada de fauna silvestre a áreas urbanas, en Santiago de Chile un puma se paseó por las calles, al igual que un zorro en Bogotá, macacos en una ciudad de Tailandia, entre otros mamíferos; pero también aves marinas regresaron a playas turísticas.

En el breve oasis silente de los mares, fueron pocos los investigadores que pudieron aprovecharlo para estudiar mejor a la fauna, como sí lo pudo hacer, Ari Friedlaender, biólogo marino de la National Science Foundation estadounidense, quien obtuvo un permiso para navegar en las aguas de la bahía de Monterey, California, donde tomó muestras del tejido de ballenas jorobadas para investigar si sus niveles hormonales cambiaron en el periodo en que se detuvo el tráfico marino.

Se sabe que el ruido de los buques comerciales, como los cargueros y petroleros, lanchas rápidas y con motor fuera de borda alteran el canto de las ballenas jorobadas, que deben elevar su volumen ante el ruido de las grandes embarcaciones; asimismo, focas, peces, ostras y calamares, entre otras especies marinas, son afectadas por el ruido. Incluso la frecuencia de los cañones de aire que se utilizan para estudiar el fondo oceánico mata al zooplancton y al kril.

Tal vez los más beneficiados con el más largo periodo de disminución de las actividades en el mundo (que se ha propuesto se conozca como antropausa), fueron los sismólogos, quienes pudieron detectar los movimientos terrestres naturales, sobre todo en las ciudades, sin los ruidos causados por el ser humano, como las excavaciones en las grandes construcciones, el intenso tráfico y los sismos futboleros (temblores que se captan cerca de los estadios cuando en un “clásico” uno de los equipos anota un gol).

Este fenómeno fue posible estudiarlo por la colaboración de 76 expertos de 66 instituciones en 27 naciones, incluida la nuestra, representada por los investigadores Raphael Serge M. de Plaen y Victor Hugo Márquez Ramírez, del Centro de Geociencias de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Un vibrante silencio
La coordinación e iniciativa de este trabajo fue de Thomas Lecocq, investigador del Observatorio Real de Bélgica, quien propuso a la comunidad sismológica internacional que utilizara el sistema de análisis elaborado por él para uniformar los criterios de estudio de datos.

De esta forma, se recopiló y analizó la información de fuentes sísmicas del subsuelo y de cientos de metros de profundidad, que registraron más de 300 estaciones sísmicas en todo el mundo. Sus resultados se encuentran en el artículo Global quieting of high-frequency seismic noise due to COVID-19 pandemic lockdown measures (Silencio global del ruido sísmico de alta frecuencia debido a las medidas de confinamiento de la pandemia Covid-19), publicado en la revista Science del 23 de julio pasado.

Los investigadores, encabezados por Lecocq, resaltaron que se requiere el análisis completo del comportamiento de las ondas sísmicas, que incluyan los terremotos más leves “para monitorear la dinámica de las fallas durante los ciclos sísmicos y para el pronóstico de terremotos y la evaluación de peligros sísmicos”, lo cual en condiciones normales no se puede hacer, p Pero sí se logro entre marzo y mayo por la antropausa.

Un ejemplo fue el registro de un terremoto de magnitud 5 a 15 kilómetros de profundidad en el suroeste de Petatlán, Guerrero, que en otro momento sólo se habría podido apreciar en estaciones en entornos urbanos filtrando la señal; sin embargo, se pudo registrar sin filtros en la ciudad de Querétaro, a 380 kilómetros de distancia, ya que en ese tiempo había una reducción de aproximadamente 40 por ciento de ruido sísmico.

En términos generales, se observó una disminución de 50 por ciento del ruido sísmico de alta frecuencia de marzo a mayo en el mundo. Por lo tanto, el análisis de datos de este periodo se podrá aprovechar “para identificar y aislar las fuentes que contribuyen al campo de ondas de ruido antropogénico”, señalaron los investigadores en su estudio.
@RenAnaya2
f/René Anaya Periodista Cient
*Publicada en Revista Siempre!