Si algún récord ha impuesto el presidente estadunidense Donald Trump será el de su estancia hospitalaria por Covid-19: tres días.

En efecto, aunque el contagio fue antes, el ingreso al hospital militar naval Walter Reed, cercano a la Casa Blanca, ocurrió el viernes 2 de octubre, y su salida el lunes 5, tres días donde el reto es encontrar a algún otro paciente que pueda, con vida, mostrar una estancia hospitalaria similar.

Varios elementos se conjugan para explicar esa marca. Los menos importantes en este caso parecen ser los de tipo médico. El mandatario estuvo atendido por galenos de primer orden, ni quien lo dude, y en la Casa Blanca ahora la situación es similar.

Con el presidente de la aún primera potencia mundial, que en escasos lustros será dejada atrás al menos en producto interno bruto por China, se usó todo lo que la ciencia médica sabe hasta ahora para tratar esa afección, bajo el entendido de que un tratamiento real no existe: anticuerpos monoclonales que en el laboratorio han mostrado éxito en neutralizar al coronavirus responsable de esta pandemia.

Se sumó el antiviral Remdisivir, aplicado por vía intravenosa y que usualmente se espera cumpla su cometido en cinco días, no en tres. Además Dexametasona, empleada en pacientes que necesitan aplicación de oxígeno, una situación confusa en el caso de Trump debido a versiones encontradas entre la noche del viernes y el sábado, lo que fue aclarado hasta el domingo, cuando el médico de la Casa Blanca, Sean Conley, informó que sí se le había aplicado oxígeno.

El propio especialista reveló que también se le suministró zinc, vitamina D, famotidina -contra la acidez estomacal- melatonina y una aspirina por día.
Todo ese arsenal parece haber funcionado según pudo verse la noche del lunes, cuando en un gesto calculado, casi teatral, apareció en el balcón de la Casa Blanca y se quitó el cubrebocas. Muchos pensamos que estaba por arrojarlo de lo enfático del gesto de quitárselo. Más tarde diría que no hay que tenerle miedo y que la Covid es vencible.

Claro que la enfermedad es vencible con ese arsenal que ¿cuántos pacientes reciben?

La explicación de ese desplante –acto lleno de arrogancia, define el diccionario- no se encuentra en sentir que cualquier otra conducta hubiera alarmado a los ciudadanos estadunidenses, como justificó ante un periodista del New York Times que lo cuestionó de que sabiendo la gravedad de la pandemia, la hubiera ocultado.

No ha sido el único jefe de Estado que ha mostrado displicencia ante la gravedad y consecuencia de la pandemia. El primer ministro británico Boris Johnson y el presidente brasileño Jair Bolsonaro han minimizado las consecuencias de la Covid-19 y, curiosamente, han sido sus víctimas.

Pero lo que une a esos tres jefes de Estado infectados es el trato médico privilegiado que por su cargo han recibido. Especialistas, equipo y medicinas. Esta triada es la que no parece mucho que tener que ver con el optimismo y sí con la irresponsabilidad, inadmisible en la primera figura pública de un país por el efecto que puede tener.

No debemos olvidar que cientos de estadunidenses fueron reportados como graves luego de que se inyectaron limpiadores como el propio Trump recomendó. “Estaba siendo sarcástico”, explicó luego, lo que seguramente no contribuyó al alivio de quienes siguieron su consejo.

Es así como el optimismo lleva a la irresponsabilidad y esta a la muerte.
A menos ya de un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el revuelo es enorme. ¿Habrá elecciones? Si las hay ¿Trump respetará el resultado luego de que ha proclamado que habrá fraude? Se trata de dos de los temores principales que muestran los medios del vecino país y dibujan al pueblo estadunidense frente a la más difícil elección presidencial de su historia.

j_esqueda8@hotmail.com