Raúl García Gutiérrez

La columna “Historias de lo Cotidiano
Quería llamar la atención
Pero la huesuda ya mejor quería
Llevársela al panteón

El Día de Muertos o Xantolo es la tradición más viva del pueblo mexicano y qué decir en nuestro querido estado de Hidalgo. Ya los vivos colores y el característico aroma del cempasúchitl – o “flor de veinte pétalos – llenan los mercados y muchos lugares en las colonias de Pachuca y por todo el territorio hidalguense.

Huejutla es el centro de atracción principal. Pero la tradición también se vive intensamente en el Valle del Mezquital, en el Altiplano o en la Sierra Tepehua. Hasta las familias más humildes se preparan para esta fecha, en donde, según la creencia, se les da permiso a las almas de los difuntos para venir a “visitar” a sus familiares, que a su vez, los reciben con su comida preferida en vida, música, aditamentos personales, etc.

Una hermosa costumbre que heredamos de los pueblos prehispánicos, quienes creían que las personas al morir transitaban por diferentes “estados” hasta llegar al descanso eterno. Después de la Conquista, la tradición se conservó, aunque con algunos cambios, combinando las celebraciones católicas con las prácticas indígenas.

Para recibir a las “animitas”, la familia se prepara. La casa se pinta. Se prepara el altar, que llevará las infaltables flores de cempasúchitl y “mano de León”, papel picado, un mantel blanco; también velas de cera de abeja, racimos de plátano macho y naranjas. La ofrenda incluye las comidas favoritas de los difuntos de la familia que dedica el altar: arroz, mole con carne de pollo o puerco, tamales; sin faltar el pan y chocolate artesanal, cerveza, aguardiente; dulces y comida sin picante para los niños. Otros elementos importantes son las fotografías de los finados, el morral, machete o sombrero de los mismos.

Esta celebración genera un movimiento muy activo de gente. Comúnmente, las familias provenientes del interior del estado, que viven, estudian o trabajan en Pachuca se trasladan a sus lugares de origen. Es común que las carreteras se llenen de tráfico vehicular, en el afán de viajar para participar en los preparativos a fin de recibir a las almas de los seres queridos en su tierra natal.

Pero este temible año 2020 no ha sido un año normal. La pandemia más mortífera de nuestra generación sigue activa y buscando la forma de extenderse lo más posible, dependiendo de la oportunidad que le demos como raza humana.

Como medida de prevención, lugares tan emblemáticos como Mixquic, en la Ciudad de México, por primera vez, ha anunciado la suspensión de las centenarias celebraciones. Tenemos la recomendación de las autoridades sanitarias para no asistir en tumulto a los panteones, como se acostumbra los días 1 y 2 de noviembre.

Aunque llevamos varias semanas en semáforo naranja, las actividades se llevan a cabo con la “normalidad anterior”, como si estuviéramos en semáforo verde. Una gran parte de la población utiliza el cubrebocas como medida de protección, pero todavía es fácil encontrar muchas personas sin la necesaria mascarilla y la ausencia de Susana Distancia.

Muy complicado será convencer a la población a no viajar a sus pueblos, para continuar con la tradición. Desde Pachuca, la ciudad con mayor número de casos y defunciones, estarán viajando miles de personas al encuentro de sus seres queridos del más allá, al interior del estado. Ojalá y esta no sea la última celebración para muchos.

Mi deseo sincero para que vivamos estas fechas con precaución, extremando las medidas sanitarias. Aseguremos el bienestar propio y el de nuestras familias, especialmente de los adultos mayores.

Raúl García una columna escribía
Con su pluma muy inspirada
La Catrina feliz sonreía
Y al más allá se lo cargaba.

raugargut@gmail.com