La habitación está en silencio. Los niños duermen echados en diagonal sobre la cama de papá y mamá con los brazos estirados y los pies colgando; traen puesta la ropa del día anterior. En las mejillas tienen la marca de sal que dejaron las lágrimas antes de acostarse.
El mayor comienza a despertar: le punzan las axilas, apenas unos piquetitos que le producen comezón, seguro por el sudor. No se mueve, sin embargo. Quedó en medio de sus dos hermanos, a quienes consoló y dijo que nada les pasaría, que él estaba allí para defenderlos.

“Y a ti quién te va a defender, manito”, le espetó el más pequeño. “¿A mi quién me va a proteger”, “quién me va a salvar del monstruo”, se pregunta mentalmente mientras mira la luz que entra por las rendijas de las persianas y trata de descubrir qué hora es. Es de día, atina a pensar porque se reflejan franjas de luz en la pared. Regresa los brazos a los costados y una especie de cansancio le hace colgar la cabeza hacia el hombro derecho; siente el calor de su hermano de en medio, su mero compadrito, su sombra en todo lo que hace y en lo que dice. No se quiere mover más, podría despertar a los dos y volverían el llanto y la pregunta: ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde está mi mamá?

Él no sabe dónde está ella y apuesta a que no regresó a dormir. En cuanto pueda, en cuanto se arme de valor, se levantará para ir a la cocina a ver qué encuentra para desayunar. Ojalá haya sobrado pan, desea. Quisiera dormir de nuevo, pero las punzadas en la axila y el hambre no lo dejan.

No quiere levantarse para no despertar a sus hermanos, sólo quisiera elevar el vuelo y salir por la ventana. Imagina que es Iron Man y puede despegar como un cohete y trasladarse lejos, donde nadie grite, ni amenace, ni escupa groserías ni chifle la guaracha sabrosona. Tampoco quiere llanto y mucho menos de sus hermanitos.

De repente escucha que abren la puerta de la entrada. Se pone tenso, vuelve a echar los brazos hacia arriba, mientras unos pasos se escuchan más cerca, más cerca, hasta que alguien gira la perilla de la puerta de la habitación y la luz lo descubre junto a sus hermanos menores.

En automático cierra los ojos y finge dormir, mientras siente que una persona, o tal vez el monstruo, se aproxima junto donde él está, le pone las manos en el cuello y oprime con tal fuerza que siente cómo se le va cortando el oxígeno y los ojos se le quieren salir de las órbitas, en tanto, un sueño lejano lo invade y de repente no siente nada más: ni frío, ni hambre, ni dolor. Sólo sabe que vuela como Iron Man y se eleva más para después lanzarse en picada contra el monstruo que quiere hacerle daño a sus hermanitos.

georginaobregon433@gmail.com; T:@Georobregon