El gobernante de una nación se ubica en lo alto pedestal con base en resultados entregados a sus ciudadanos; es reconocido por las relaciones sostenidas con otros de la misma responsabilidad en otras latitudes; por el especial desempeño y es clasificado por hombre de Estado (estadista) o simplemente político. Político, como otros tantos que se les recuerda por mala administración.

El estadista es registrado en la historia, por ser alto de miras en ejercicio de su gobierno, vela por la seguridad, actúa por el bien común, antes que intereses propios. Posee varios atributos, entre ellos: tolerante con sus opositores políticos, escucha y atiende las penalidades que padecen los grupos sociales. Gobierna por igual sin distingo, suelen ser respetuosos a ideologías ajena a la suya y corteses ante la opinión pública.

Gobernantes de esta talla quedan fijos en la conciencia colectiva de su pueblo por generaciones y hasta figuran en la historia universal. Debido a estos sellos distintivos, es catalogado por el historiador, periodista, político y literato: Sir Winston Leonard Spencer Churchill, Primer Ministro del Reino Unido de 1940 a 1945. El gran personaje Espetó, “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.” De estos preocupados solo en las elecciones, están quienes buscan el poder para satisfacer su ego.

Hay políticos que son protagonistas de sucesos funestos, fatídicos porque incita a sus seguidores, aguijonea para que lo apoyen sin sustento, para continuar en el poder, al no lograr los votos suficientes para ser electo y cumplir con los deberes de la constitución y reglas electorales. Entonces, azuza a grupos afines a su mentalidad para desconocer los resultados emitidos por votantes.

La peripecia política de evitar la declaración de Joe Biden para ser el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América ha sido condenada por analistas políticos de diversos medios de comunicación en varios países. Estos generadores de opinión expresan que el allanamiento del Capitolio, sede del poder Legislativo, integrada por la Cámara de Representantes y Cámara de Senadores fue urdido por el todavía presidente Donald Trump.

Donald Trump nunca aceptó ser el perdedor de esta elección. Utilizó el recurso de pedir el apoyo de un mandatario de otro país para desprestigiar a su oponente propuesto por el Partido Demócrata, por cierto, en las elecciones del pasado 6 de noviembre fue favorecido por la mayoría de electores, por el Consejo Electoral y por la mayoría de ambas Cámaras.

El hecho es condenable hasta por el expresidente George W. Bush del partido Republicano, en sus palabras: “Estoy consternado por el comportamiento imprudente de algunos líderes políticos desde las elecciones y por falta de respeto mostrado desde las elecciones y la falta de respeto mostrado hoy hacia las instituciones nuestras tradiciones y nuestro estado de derecho”. Lo bueno, que no todos los políticos mandan al carajo a las instituciones.