El 24 de noviembre de 1952 el presidente Miguel Alemán llegó en su avión particular “El Mexicano” aterrizando en una de las pistas; después de pasar revista a varios escuadrones y cadetes de la infantería, se dirigió al edificio central para develar la placa correspondiente:

Base Aérea Militar No. 1 “P. A. Alfredo Lezama Álvarez” a la memoria del primer piloto mexicano en lanzarse en paracaídas aquel 1° de mayo de 1928.

A consecuencia del deterioro y lento abandono del campo aéreo militar de Balbuena (1915), esta base aérea era necesaria.

El entonces comandante de la Fuerza Aérea Mexicana, general Antonio Cárdenas Rodríguez, agradeció al presidente toda la ayuda ofrecida durante su sexenio en especial “…esta magnífica base aérea que por la magnitud y eficiencia de sus instalaciones será la primera de nuestro país y tal vez de la América Latina…” Durante el evento, varios paracaidistas saltaron de aviones militares formando el nombre del presidente con letras impresas en los paracaídas, eran otros tiempos, los de la “Presidencia imperial”.

La base militar que inauguró Miguel Alemán Valdés, “el cachorro de la Revolución”, se encontraba justo donde antes se ubicaba la Hacienda de Santa Lucía, una hacienda jesuita que se fundó a finales del siglo XVI, registrada ante las autoridades del virreinato el 13 de diciembre de 1576 y que se construyó entre 1580 y 1596, convirtiéndose en una de las haciendas más antiguas que existen en México y, sobre todo, en el Valle de México.

Los jesuitas trabajaron ahí la ganadería y agricultura hasta su expulsión en el siglo XVIII. En 1619 contaba con el registro de 49 sitios de ganado menor y 85 caballerías, rentas que les ayudaron a financiar su labor educativa en la Nueva España, específicamente en el Colegio de San Pedro y San Pablo y en San Ildefonso.

El terreno era un área muy fértil y en algunas épocas del año era prácticamente un lago, el casco de la hacienda estaba construido sobre un pequeño montículo natural en el cual los jesuitas aprovecharon para construir el casco central que les permitía mantenerse al resguardo de las inundaciones del Valle, de lo que antiguamente fue parte del sistema lacustre, el más cercano era el lago de Xaltocan y más al norte aún está el lago de Zumpango.

Después pasó a manos privadas. Quien la compró fue Don Pedro Romero de Terreros Conde de Regla, y hay registros de que la familia Terreros la tuvo hasta el siglo XIX.

En 1997 la hacienda pasó a manos públicas, el Gobierno Federal la donó a la Fuerza Aérea Mexicana, quien la tiene bajo su custodia y ha hecho obras de restauración.

En este sexenio el presidente Andrés Manuel López Obrador ha anunciado la transformación de la Base Aérea Militar de Santa Lucía en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. Este proyecto pretenderá resolver de forma adecuada la alta demanda de servicios aeronáuticos de la Zona Metropolitana del Valle de México y para ello integrará, junto al Aeropuerto internacional de la Ciudad de México y al Aeropuerto internacional de la Ciudad de Toluca un sistema aeroportuario de primer mundo.

¿Y qué pasará con el casco de la hacienda jesuita? Pues bien la hacienda se encuentra en medio de dos pistas alejadas, lo suficiente para que no sea un peligro para los pasajeros y también para mantener el inmueble en condiciones propias de seguridad. La hacienda quedará inmersa en estas instalaciones nuevas del aeropuerto generando un atractivo para los usuarios del aeropuerto tanto nacionales como extranjeros.

Definitivamente una hacienda que mira transcurrir el devenir de la historia y que no se doblega ante los caprichos y excentricidades de ningún gobernante, como la “puerta de Alcalá” en España; Santa Lucia mira pasar el tiempo. ¿Tú lo crees?… Yo también.