08 de marzo es el “Día internacional de la mujer” de acuerdo con la ONU. El objetivo principal de esta conmemoración es la búsqueda de la igualdad y la no discriminación hacia las féminas. Aunque inicialmente comenzó como una lucha obrera femenina, históricamente el movimiento ha ido ampliando sus causas; sin embargo no siempre han gozado de reconocimiento y derechos.

Cuando México era un virreinato llamado Nueva España vivió quizá el más excéntrico y misógino declarado de los arzobispos que habitaron la casa establecida por Fray Juan de Zumárraga.

Él fue don Francisco de Aguiar y Seijas. Analicemos su historia:
La caridad parecía fluir de su persona de manera natural. Hombre virtuoso, sencillo y generoso, obispo de Michoacán (1678) y arzobispo de México (1682-1698), don Francisco de Aguiar y Seijas fue acérrimo enemigo de las corridas de toros, los juegos de azar y particularmente de las peleas de gallos.

Tal aversión desarrolló por estos combates que, al enterarse de la presencia de un criador de gallos que intentaba venderlos en la ciudad de México, “mandó a su secretario que se los trajera todos: el criador, que era muy viejo, viendo que le llevaban sus gallos, vino muy afligido a su Ilustrísima pidiéndole con mucho encarecimiento que no le matase sus gallos porque los había criado y los quería mucho. El señor arzobispo, viéndole tan apurado y apasionado por sus gallos, procuraba consolar al buen viejo, que decía que no los mandara a México, que se los dejasen vivos para las gallinas; y su Ilustrísima pereciendo de risa le decía que quedaría uno para las gallinas y los demás quedarían muertos; que se podría quedar con ellos por estar viejo y enfermo; que cocidos eran muy buena comida, y, en fin, no hubo remedio, y se les torcieron las cabezas con harto sentimiento del buen Doctrinero”.

El arzobispo se abocó a encaminar a las almas novohispanas por lo que a su juicio —harto intolerante— era el sendero del bien, el camino de la virtud y el respeto a las buenas costumbres. Y con los medios a su alcance quiso erradicar el ocio, evitar la dilapidación del dinero bajo la sota o el as de oros en una partida de naipes, o impedir las grandes borracheras con chinguirito y pulque.

A pesar de las prohibiciones, la gente reconoció los méritos del arzobispo, que en poco tiempo “comenzó a hacerse amar, por su bondadoso carácter”.
No era para menos, su obra material comprendía, además, la fundación del anhelado Colegio Seminario, un hospital para mujeres dementes y dos casas de recogimiento —la

Misericordia y la Magdalena— para “malas mujeres”.

Parecía un santo en la Tierra, pero ni todas sus virtudes ni los votos de humildad o su evidente caridad, impidieron las murmuraciones. No pasó mucho tiempo para que la sociedad novohispana se percatara de que a la casa arzobispal —donde vivía Aguiar y Seijas— no ingresaban mujeres. Sirvientes, cocineros, ayudantes, cocheros, lavanderos, todo el servicio al interior de la residencia estaba compuesto por varones. El sacerdote no soportaba la presencia femenina.

“Aversión decidida era la del arzobispo hacia las mujeres —escribió Francisco Sosa—; tan exagerada, que podría calificarse de verdadera manía. Consta que desde sus primeros años evitó su trato y proximidad, y no hay por qué extrañar que, ya sacerdote, ni aun el rostro hubiese querido mirarlas. En su servidumbre jamás permitió mujer alguna; en sus frecuentes pláticas doctrinales atacó con vehemencia cuantos defectos creía hallar en la mujer; por su propia mano cubrió la cabeza a una que se hallaba sin tocas en el templo; siendo arzobispo se resistía a visitar a los virreyes por no tratar a sus consortes, y lo que es más notable todavía, prohibió, pena de excomunión, que mujer alguna traspasara los dinteles de su palacio arzobispal y esto lo hizo después que alguna entró y se vio obligado a cambiar las baldosas que pisara. Cuando andaba de visita, si veía alguna mujer en el patio de la casa o convento, reñía a los curas; aun las cocineras debían estar en otra casa donde él no las viese. Mantener a las mujeres encerradas parecía ser una de sus más constantes obsesiones”.

El arzobispo Aguiar y Seijas logró mantener su palacio a salvo de la “impureza” de las mujeres, y al menos durante 18 años la casa de la calle de Moneda no conoció mayor presencia femenina que la del Ave María que pronunciaba cotidianamente en sus oraciones.

¿Qué pensaría el arzobispo Aguiar y Seijas de los actuales movimientos que se hacen llamar feministas en México y el mundo? Sin duda le daría un infarto ¿Tú lo crees?… Yo también.