La honestidad es un valor sumamente importante en las relaciones humanas. Es una virtud de algunas personas que consiste en amar a la verdad y la justicia. Es ser razonables y transparentes, por encima del beneficio personal o conveniencia.

Este valor es aplicable a nosotros mismos, a nuestra persona y a las demás personas con las que nos relacionamos. Nos afecta y nos beneficia en ambos sentidos. Todos sabemos lo satisfactorio que es tratar con una persona honesta, se siente tranquilidad, seguridad y confianza por una persona así.

La autenticidad se deriva del valor de la honestidad. Implica verdad, ser congruente entre lo que decimos y lo que hacemos. Ser autentico es ser fiel a uno mismo, vivir de acuerdo a mis propios valores, de acuerdo con lo que realmente somos, sin engaños, ni presunción.
La mentira, la falsedad, la hipocresía son aspectos contrarios a la autenticidad, a la honestidad, dañan la autoestima y la imagen de una persona.

Las mentiras más desbastadoras no son las que decimos a los demás, sino las que vivimos en nuestra persona, cuando fingimos los sentimientos, aparentamos cosas que no somos, cuando exageramos las cosas o hacemos alarde de virtudes que no poseemos.

Si elijo falsear la realidad de mi persona, lo hago para engañar la conciencia de los otros, pero también me engaño a mismo. Lo hago porque no me acepto como soy, no acepto mi realidad o situación. Le doy más importancia a lo que los demás piensan de mí, que lo que yo pienso de mí mismo. No soy autentico, no me acepto.

Ser autentico tampoco implica practicar una honestidad compulsiva, es decir comunicar cada pensamiento, sentimiento u acción que realice, sin tener en cuenta las personas, el momento o circunstancia para decir las cosas. No significa confesar verdades de manera indiscriminada o dar opiniones que no nos soliciten.

La mayoría de nosotros fuimos criados y educados con poca autenticidad, con frecuencia se nos decían mentiras, nosotros para salvarnos de un castigo también decíamos mentiras. Padres que no expresaban sus sentimientos o emociones, provocaban que los hijos no manifestaran sentimientos o emoción alguna, es decir no había autenticidad entre lo que pensábamos y sentíamos. Se reprimían las emociones como la ira, el enojo, la tristeza y el llanto. No podían expresarse porque había represalias y aprendimos aparentar cosas que no sentíamos.

Sin embargo, todo este pasado puede ser analizado, razonado y comprendido, para después ser trascendido y optar por una mejor forma de vida, con mas autenticidad, sinceridad, aceptando nuestra forma de pensar, de ser de actuar, valorando nuestro origen, y nuestras circunstancias actuales, considerando que podríamos estar en peores situaciones pero afortunadamente no es así.

Las personas que gozan de una buena autoestima, son más independientes de la opinión de los demás, son francas, abiertas, en lo referente a sus pensamientos y sentimientos. Si están felices y entusiasmadas, no tiene temor de mostrarse así. Si sufren, no simulan, demuestran su tristeza y abatimiento. Sus opiniones son directas, no importan si no son aceptadas por los demás, porque no les preocupa, lo que les interesa es manifestar su opinión. Y como no tienen miedo de ser como son, de vivir de manera autentica, a veces despiertan envidia de los que no se atreven a ser como ellos.

La base de la autenticidad es una buena autoestima, valorar mi persona, mis acciones, mi sinceridad, expresado mis sentimientos y mi forma de pensar para que conozcan quien realmente soy. Las personas que practican la franqueza al hablar, aprecian la franqueza en la conversación de los otros. Las personas que se sienten cómodas cuando quieren decir si y de igualmente manera si quieren decir no, respetan el derecho de los otros a decir que no. Las personas autenticas tienen amigos mejores y mas dignos de confianza, porque saben que pueden apoyarse en ellos. Al ser auténticos no solo nos honramos a nosotros mismos, si no que somos un regalo para los demás.

abogadocfj@gmail.com