Mujer fuerte y decidida, siempre argumentando a favor de la justicia y ayudando al menesteroso. Así es, tal cual, Layda Elena Sansores San Román, una psicóloga, maestra normalista y política mexicana que ha desempeñado varios cargos públicos como senadora, diputada federal y ahora se perfila para ser próxima gobernadora de Campeche.

Interesante es su carrera política como también el contacto que tuvo su bisabuelo Manuel Ceferino San Román, un pianista infatigable, con el II Imperio mexicano presidido por Maximiliano de Habsburgo y su consorte la emperatriz Carlota. Veamos:

Frustrada desde Europa porque Maximiliano fue echado del gobierno de Lombardo-Véneto por órdenes de su hermano el emperador Francisco José; desgraciada en cuanto llegó a México y constató que el pueblo no los esperaba con los brazos abiertos, sino que los veía más bien como extranjeros advenedizos; en fin, frustrada también en su vida familiar, Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha o para resumirlo “Mamá Carlota”, como se le nombró cariñosamente durante los años que duró el II Imperio mexicano, asumió con vehemencia su artificial imperio y se refugió en las labores del gobierno (que le gustaban mucho más que a su esposo) y también se solazó con varios periplos, el más notable efectuado a Yucatán y Campeche.

Aunque en un principio el recorrido fue planeado por la “pareja imperial”, a última hora Maximiliano tuvo que permanecer en la capital, pues su endeble situación no le permitía ausentarse más de un mes. Después de viajar por tierra de la ciudad de México al puerto de Veracruz, Carlota se embarcó rumbo a la península el 20 de noviembre de 1865, y durante su viaje, a manera de diario, preparó un informe en alemán para su esposo, escrito con caligrafía antigua o “gótica”.

Después de una agitada travesía llegó a Sisal, Yucatán, el 22 de ese mes y quedó deslumbrada: “Personajes blancos aparecían en los umbrales; aquí en Yucatán todo es blanco, hasta el suelo… Caminamos sobre un tapete de conchas blancas hasta la casa prevista para descansar. Allí la gente subió a las ventanas, agarrándose de las rejas, con grandes ojos, curiosos y amables…; el paisaje consistía en un bello matorral siempre vivo salpicado de muchas palmeras y grandes plantas en forma de abanico; en fin, era un bosque ininterrumpido”.

El 5 de diciembre Carlota dejó la capital yucateca y partió rumbo a Campeche. Durante el trayecto visitó varias haciendas henequeneras, y entre ellas destaca la de Mucuyché, en aquellos tiempos “…propiedad de don Manuel José Peón, donde me rindieron los honores doña Loreto y el recién nombrado gentilhombre de cámara Arturo, su hijo. Acompañada por el sonido del ‘luntulo’ y nuevamente con antorchas, la familia Peón me enseñó el cenote, una pequeña laguna natural en medio de una bóveda de rocas, una rareza en este país donde escasea el agua. Es superfluo mencionar que en todas las haciendas las salas para los desayunos y para las cenas, y aun aquellas donde se pretendió comer, estaban amuebladas imperialmente, y que la hospitalidad se brindaba con esa gracia serena y simplicidad orgullosa típicas de la nobleza territorial yucateca”.

El calor de la recepción en Campeche conmovió a la emperatriz: “Todo esto venía de gentes humildes, de marinos ignorantes procedentes de las clases pobres campechanas, y no de meridanos poéticos y cultos. Una observación que hice fue que allí se llega al corazón más directamente, pero por un camino menos florido [que en Mérida]”.

El 16 de diciembre, Carlota se embarcó a Campeche rumbo a Ciudad del Carmen, donde llegó al día siguiente: “Este puerto está bien dotado de cónsules; hay un francés, un belga y un italiano, y todos bailaban las cuadrillas con mucho ánimo enfundados en sus fracs. La sociedad es bastante mezclada y menos yucateca”.

El día 19, Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina abandona el puerto carmelita rumbo a Veracruz y de ahí a la capital del imperio “…despidiéndome con el corazón conmovido”. Recordando los saraos donde se bailaba y disfrutaban amenas noches imperiales amenizadas por Manuel Seferino San Román quien durante algunos días había sido el pianista de la emperatriz.

En los días y noches campechanos las melodías interpretadas por San Román han sido preservadas por la familia que seguramente en tertulias familiares le han contado de su bisabuelo a Layda Sansores promoviendo un poco de historia familiar que se funde con la nacional.

Porque todos tenemos una historia que contar, ¿tú lo crees?… Yo también.