En vísperas de la conocida Semana Santa un episodio histórico se presenta ante los mexicanos, demostrando tanto la fe del pueblo por la religión católica cristiana como por la muerte del ejecutor de la democracia en este país y quizá el único personaje que hasta hoy logró aglutinar en su persona una vorágine de tales magnitudes que terminaron en un revolución que se avecinaba.

Analicemos:

La gente del pueblo esperaba el milagro. Con la Semana Santa en ciernes, el desolador ambiente que había reinado en la ciudad de México desde el asesinato de Madero parecía desaparecer.

A solo un mes de su muerte, la gente abrigaba una esperanza que ponía a prueba su fe; desde los círculos espiritistas corría un rumor que tomaba proporciones insospechadas: el Apóstol de la Democracia debía levantarse de entre los muertos, el domingo de resurrección de 1913.

Su tumba, en el Panteón Francés de la Piedad, semejaba un hermoso jardín. Decenas de arreglos florales, coronas, hojas con poemas y pensamientos llenaban de luz aquel triste lugar. “Te faltaba morir así, esto es tu apoteosis”, se alcanzaba a leer en su sepulcro.
Conforme transcurrían los días, la población se manifestó sin temer a las brutales represiones del gobierno: estudiantes, obreros y hasta un grupo de doscientas mujeres colocaron una impresionante ofrenda en la tumba de don Panchito, con un listón que decía:

“A nuestro querido Presidente Francisco I. Madero”.

Al acercarse la fecha esperada, el gobierno de Victoriano Huerta tomó sus providencias:

“Pusieron soldados alrededor del panteón. Se temía que sacaran el cadáver y para que no dijeran que hoy, Domingo de Resurrección, había resucitado. Por más que hacen, a los ojos del pueblo, no es posible diferenciar a Judas Iscariote de Huerta”.

Huerta no perdió el sueño. Cuando amaneció el domingo y sus secuaces le informaron que nada había sucedido, respiró con tranquilidad. Todo el día hubo peregrinaciones hasta la última morada del apóstol. Sin embargo, Madero si había resucitado, lo hizo en la conciencia nacional, y dos días después, el 26 de marzo de 1913, estalló furiosa la revolución Constitucionalista. Madero logró pasar a la historia como “el Apóstol de la Democracia”; mientras que Victoriano Huerta como “el chacal”.

Hoy recordamos a Francisco I. Madero como un personaje que trató de cambiar a México y lograr una sólida democracia, en aquellos días no fue suficiente el apoyo entre los ciudadanos, hoy a más de 100 años de la muerte de Madero se creería que el país ha logrado un sólido cambio sin embargo queda mucho por hacer.

¿Tú lo crees?… Sí yo también.