Iván Espino

Él era de esos tipos que gustaba antagonizar en cátedras sobre el derechos humanos, género o interculturalidad, de los que usan jeans, camisa tipo leñador, chamarra de mezclilla y escuchar a todo volumen en su Chevrolet C-10 del 71 Blurred Lines, de Robin Thicke, de lado a una marcha feminista; ella, era de esas mujeres que no creía en el rastrillo para axilas, en los roles con base al género, de las que afirman que el lenguaje es un constructo androcéntrico, y sí, de las que organizan marchas para despenalizar al aborto e insisten que el condón no es un instrumento del diablo.

Ambos se conocieron en la avenida cuatro de la delegación Cuauhtémoc, en una de esas reuniones a las que José Agustín llamaría de contracultura, con incienso por todo el espacio, venta de pulseras a colores, libros de Parménides García Saldaña, Jodorowsky, Carlos Castañeda y música de Francisco Barrios “El Maztuerzo”. Quizá compartían muchas preferencias, como el color rojo, el olor a tierra mojada, el refresco de toronja o el verde en la obra de Lempicka, pero ese día, reconocieron uno, el impulso por cuestionar, refutar, contradecir. Conversaron por horas en un pequeño café cuya especialidad son las galletas veganas, acompañadas de vermú, después, compartieron quince o veinte minutos en la camioneta mientras bromeaban sobre la posición del presidente en temas de política exterior, para que más tarde se despidieran.

Fue el primer encuentro de muchos, durante tres años compartieron charlas, lecturas, conciertos, visitaron, quizá, todos los restaurantes de comida japonesa de la ciudad. El de ellos fue un romance musicalizado por canciones de Caifanes, Amy Winwhouse, The Strokes y Lila Downs, y con olor a esas cafeterías de Coyoacán. Como ha de suponerse, él dejo de intentar sabotear marchas feministas y ella, por ratos, olvidaba el peligro que es el amor romántico que había leído de Marcela Lagarde ¿Por qué dos personas con perspectivas ideológicas opuestas, se amaron así? Yo no lo sé, quizá Jung lo explicaría desde el complejo de Electra o de Edipo, analizando la relación de ascendencia, respectivamente; o, una bomba accidental de dopamina, norepinefrina y serotonina, a decir por un científico de la salud.

La última vez que se vieron fue en un pequeño restaurante de comida ibérica, como de costumbre al sur de la ciudad. Ella había conocido a un maestro de teoría social en la universidad y a él se le acabaron las ganas de probar que hablar de camionetas, música de rock y cerveza artesanal, tenía mayor magia que esos simposios aburridos sobre Herbert Spencer o Weber.

— Me dejas porque no soportas que yo no sea un aliado feminista, por no creer en la tribu como concepto, utilizando tus palabras, que no soporto la idea de pertenecer a una elite, aunque lo parezca, y sabes, ese es el problema contigo, tienes una pertenencia emocional con un grupo que consideras moral e intelectualmente superior —le dijo él con la voz entrecortada.

— Entiende que esto se termina porque el amor se acabó, nada tienen que ver nuestras convicciones ideológicas —respondió ella con firmeza.

—Siempre tuve la actitud de escucharte —dijo él con los ojos al borde del llanto— de aprender de ti, de tu experiencia y mirar las cosas desde tu punto de vista ¿pero tú?

— También yo lo hice respecto a ti, en cada discusión admití que yo podía ser la que estuviera en un error y tú tener la razón, en cada discrepancia, cuando no coincidíamos en puntos de vista, ambos hicimos un esfuerzo para acercarnos a un punto de acuerdo, a nuestra verdad —ella le dijo mientras le acariciaba la mano y continuó— todas las relaciones humanas son tan frágiles, se sostienen de esperanzas y de apegos, y son tan prosperas, pacificas, cuando no hay tribalidad. La nuestra, fue una prueba de que dos personas con convicciones diametralmente opuestas, pueden darse a entender cuando se tiene una actitud de apertura.

Después de esa cita, no hubo mensajes, ni llamadas, ni encuentros ocasionales, nunca más esas noches en las que había cuidado del uno para el otro, tal vez recuerdos, se terminó lo que para Karl Popper sería, un romance racional.