Edward Price Bell, destacado periodista norteamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, decía que: “Entrevistar, en el sentido periodístico, es el arte de extraer declaraciones personales para su publicación (…). La entrevista es un mecanismo cuidadosamente elaborado, un medio de transmisión, un espejo”. Nada más cierto que eso.

El entrevistador indaga en la esencia del entrevistado, poniendo sobre la mesa su reflejo, sus propias filias, sus propias debilidades para convencer a su interlocutor, el entrevistado, de avanzar en ese polimorfo vericueto que es la verdad.

No es un arte fácil, sin duda, aunque algunos comediantes-conductores de origen “latinus” lo hagan parecer un circo de tres pistas (me refiero a Loret, no a Brozo). Significa prepararse, pensar la pregunta, hacer un cuestionario previo aun cuando se sabe que la improvisación puede ser necesaria; el estar atento para encontrar en la primera respuesta un detonante para la segunda pregunta y así, avanzar, hasta adentrarse como Teseo, en el laberinto donde seguro habita un minotauro –el alma del entrevistado–, dispuesto a devorarnos.

Quien se ha vuelto un espejo es Aidée Cervantes Chapa: Más que un espejo, diría yo, un caleidoscopio, para poder conjuntar las entrevistas, las voces, las esencias de doce trabajadores de las letras nacidos o afincados en nuestra tierra y conjuntar sus dichos en el libro Imprescindibles de la literatura hidalguense.

En el prólogo, escrito por la querida Georgina Obregón, destaca el oficio y el destino como las antípodas del quehacer periodístico de Cervantes Chapa, El oficio de indagar siempre, a toda costa, y el destino de tener en las manos la inquietud de ir trazando un ruta periodística en el pasado de los convocados e ir tejiendo, detrás de las preguntas hilvanadas, una historia que vale la pena contar, mejor que eso, que vale la pena leer.
Los autores considerados en este volumen son Agustín Cadena, Alfredo Rivera Flores, Arturo Trejo Villafuerte, Elvira Hernández Carballido, Federico Arana, Fernando de Ita, Fernando Rivera, Gonzalo Martré, Cohutec Vargas Genis, Alejandra Craules Bretón, José Luis Contreras Vargas y quien esto escribe.

En cada entrevista están presentes la memoria, las pasiones, el génesis de la actividad literaria, el devenir incierto de quien sabe que el quehacer escritural es una moneda al aire, una catarsis ante la cual nada podemos hacer quienes estamos condenados, por destino y convicción, a la nefasta tarea de enfrentar, con humildad como decía Ricardo Garibay, la página (la pantalla, ahora) en blanco.

Cervantes Chapa escribe un libro necesario para la historia de la literatura hidalguense, donde pueden apreciarse las salientes a las que se han aferrado las dos escritoras y los diez escritores convocados, tallando en cada golpe de músculo su obra al escalar esta rocosa pared llamada vida. Aidée ha hecho pues, un libro imprescindible.

La portada, bellamente diseñada por la talentosa comunicadora poblana Guadalupe Cadena Pintle, enmarca el título y el nombre de la autora entre Tenangos, esa hecatombe de colores y seres fantásticos que grita la cosmogonía hidalguense en todo su esplendor.

¿Faltan autores, no? ¡Claro! Ni estamos todos los que somos, ni somos todos los que estamos. Alguna vez el finado y admirado Ramsés Salanueva me decía: “Toda antología es, por definición, incompleta”. Se me vienen a la mente un ramillete de nombres: Agustín Ramos, Yanira García, Diego José, Jorge Antonio García Pérez, Toño Zambrano, América Femat, Juan Carlos Hidalgo, Oscar Baños Huerta, Alfonso Valencia, Venancio Neria, Nacho Trejo, Rafa Tiburcio García, Enrique Olmos de Ita… ¡Uff! En fin, una larga lista que la autora ha prometido abordar en futuros volúmenes, un poco como tratando de extender sobre la mesa el mapamundi de los estilos, las pasiones y las aversiones que han dado forma a lo que ahora, por fin, podemos llamar “Literatura hidalguense”.