Si algo no ha cambiado el gobierno del presidente estadunidense Joe Biden es el objetivo de evitar que China desplace a Estados Unidos de la cima del poderío mundial, objetivo que es compartido por otras potencias de occidente.

El más reciente capítulo en el camino para lograr ese objetivo es la creación de un pacto de seguridad con Australia y Reino Unido, conocido ya como AUKUS, cuyo destinatario es China.

Acorde con los nuevos tiempos, lo conocido de ese pacto subraya lo tecnológico al apoyarse en la seguridad cibernética, sin descuidar los aspectos tradicionales, como es que se dotará de tecnología estadunidense para que Australia construya submarinos nucleares.

AUKUS es una “oportunidad histórica” para proteger los valores compartidos así como promover la seguridad y la prosperidad en la región Indo-Pacífica, señala el documento que plasma el pacto.

Que el destinatario sea China, no mencionado de manera explícita, es obvio. El poder económico que ha puesto a la nación asiática como la segunda por su Producto Interno Bruto (PIB) es tan solo un indicador de su creciente poder.

Además, está la Ruta de la Seda, que a ocho años de su lanzamiento, avanza en crear –donde no exista- o mejorar la infraestructura marítima y terrestre de comunicaciones de China con países asiáticos y Europa.

El ejemplo sobresaliente es el ferrocarril entre la ciudad china de Yiwu, localizada a unos 200 kilómetros de la costa del país asiático, con Madrid, la capital de España, que con sus más de 13 mil kilómetros de extensión, es el más largo del mundo.

Si se detuviera aquí el avance chino, no generaría temores del nivel que ha hecho sonar la alarma de occidente. Porque Beijing también quiere extender sus posesiones marítimas en aguas que reclaman Japón, Vietnam o Filipinas, para lo cual no necesariamente recurre a la negociación diplomática o a las cortes internacionales, sino también a la presencia de hecho a través de islas artificiales que parecen confirmar sus afanes hegemónicos.

Y la expansión no termina ahí. Se debe de agregar el centro logístico -en idioma chino- o base militar para los ojos estadunidenses, en Yibuti, justo enfrente de donde termina el Mar Rojo, que divide a África de la bota arábiga, con lo que Beijing queda a un paso de Medio Oriente y en África, donde ya tiene fuertes intereses.

Esta expansión es la que busca contener AUKUS, que nació generando la irritación de Francia, no porque esté en desacuerdo con los objetivos del pacto, sino porque le costó un contrato megamillonario de construcción de submarinos con Australia, que ahora estarán a cargo de Estados Unidos.

China recién respondió al más alto nivel, el de su canciller y miembro del Consejo de Estado –el órgano de gobierno más importante- con el reproche de que AUKUS amenaza la paz regional, la estabilidad y el orden internacional, curiosamente, lo mismo que el pacto pretende defender.

En los hechos estamos ante un capítulo del ascenso del nuevo poder hegemónico mundial, un camino que al menos tiene dos obstáculos por superar. De una parte el rubro tecnológico, cuyo desarrollo será definitivo para indicar en que posición quedan las actuales y futuras potencias.

Y de otra el tema de los valores. En Occidente los valores que giran en torno al eje de la democracia, están lo suficientemente arraigados como para que soporten y rechacen una visión que se percibe desde esta parte del mundo como autoritaria.

En todo caso, lo que no se debe de olvidar, es que ninguna potencia ha vivido para siempre y que son ahora muchas más las naciones que sin estar en la primera línea, tienen la suficiente capacidad política e ideológica para no cambiar simplemente de metrópoli.

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