Las secuelas de la Covid 19 no acaban aún, pero en esta ocasión nos referimos no a los seres humanos, sino a la economía mundial, que luego de su retraimiento el año pasado, conforme concluye este segundo año de pandemia, enfrenta el alza de precios, la inflación.

Los precios están aumentando en mayor o menos medida en todo el mundo, generando daños que se suman a los causados en la economía por el abrupto paro de actividades económicas de 2020, cuando la primera medida de emergencia ante el despliegue del SARS-CoV-2 fue el confinamiento generalizado.

De acuerdo a los datos del Banco Mundial el primer año de la pandemia la economía mundial retrocedió 3.5 por ciento, caída que superó la de 2009, cuando su retroceso fue de 1.6 por ciento, es decir, el daño por la Covid fue poco más del doble de la generada por la crisis económica de la primera década de este siglo, y también superó el crecimiento de 2018, que había sido de 2.3 por ciento.

Hoy, el alza de precios es la secuela más obvia, más visible, de la pandemia, que debemos insistir, aún no termina sino que se acomoda entre la población para mostrarnos que llegó para quedarse por un buen tiempo.

Tal alza es la manifestación visible de una serie de problemas que debemos citar. Uno de los más importantes es el que se vive en la cadena de suministros, que explicada de otra manera, es la serie de obstáculos que se enfrentan en las rutas que siguen materias primas y productos terminados para llegar de su punto de origen a su destino.

Sorprende al desmenuzar lo anterior enterarnos que muchos productos o piezas para fabricarlos no solo provienen de China, sino que se mueven por barco, de ahí que las medidas que ha debido de aplicar el país asiático para controlar la pandemia, afecten la producción y el envío de productos.

De esa manera, si el transporte de productos por vía marítima no es considerado esencial y en consecuencia sus trabajadores reciben las correspondientes vacunas, o bien enferman o se enfrentan demoras por cuarentenas, se cae en menos abasto o demora, y la consecuencia es alza de precios.

Particularmente dramática es la falta de chips, es decir, las minúsculas piezas que combinan componentes electrónicos que forman circuitos que al unirse dan vida a nuestros teléfonos inteligentes, pantallas pero también computadoras y automóviles. Con el confinamiento la demanda de esos adminículos creció por la compra de equipos nuevos o para reparar los antiguos, sin olvidar el cambio tecnológico, que de manera constante demanda nuevas versiones de este tipo de circuitos.

A todo lo anterior sumemos que el proceso de recuperación ha aumentado la demanda, pero los canales de tránsito -cadenas de suministro- y la capacidad de producción no es suficiente, lo que lleva al alza de precios.

Agreguemos problemas locales, como el que sufre Reino Unido, que tras su salida de la Unión Europea, dejó de dar facilidades a conductores extranjeros de camiones de carga y generó escasez de este tipo de trabajadores haciendo que simplemente falta quien maneje los vehículos que transportan mercancías, en un problema que alcanza a otro tipo de actividades, como trabajadores de la carne, producto que sí hay en forma de animal, pero no quien lo sacrifique o lo procese.

Y agreguemos el precio del petróleo y el gas, que se han disparado por la recuperación que demanda más de lo que se puede abastecer, y con la perspectiva invernal que este año dependerá de cómo venga La Niña, fenómeno climático que se espera para el próximo mes.
Y en la base, la globalización, ese proceso económico que ha unido con mayor o menor fuerza a todas las economías del mundo, que así como muestra facetas positivas, ahora enseña las negativas en asociación con la pandemia de coronavirus.

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