“El respeto es la consideración de que alguien o incluso algo tiene un valor por sí mismo y se establece como reciprocidad: respeto mutuo, reconocimiento mutuo. El respeto en las relaciones interpersonales comienza en el individuo, en el reconocimiento del mismo como entidad única”. Wikipedia.
El pasado viernes 10 de diciembre, por ser adulto mayor de 60 años, asistí a la aplicación del refuerzo a mi vacuna contra el Covid 19.
El lugar designado por las autoridades fue la Escuela Secundaria Técnica # 40, aquí en la ciudad de Pachuca.
De acuerdo a la programación por la letra de mi apellido paterno, mi cita era a las 10:00 horas, por lo que asistí a partir de las 09:00 hrs., para hacer la consabida fila para ser atendido.
En las dos horas con treinta minutos que tardé en llegar al lugar de la vacuna, me di a la tarea de observar, con detenimiento, el entorno de las calles por las que paso a paso hacíamos nuestro recorrido.
Me quedé sorprendido de la enorme capacidad de las personas para acumular basura de todo tipo, tirada en la calle. Es una zona de escuelas, y pues lo se porque ahí tiene sus nombres, sin embargo, la entrada, las banquetas, lo que algún día fueron jardines dentro y al frente de la escuela, presentan una imagen tan deplorable por lo sucio, descuidado y hasta quizá abandonado, tanto por autoridades municipales como escolares.
Pasé enfrente de un puesto de tacos de canasta, y en un perímetro de no más de dos metros, había dos bancos para atender a los clientes, quienes, al finalizar de engullir sus bocadillos, regresaban el plato de plástico sobre el que había un pedazo de papel de estraza, en los que se colocaban los tacos solicitados. Inmediatamente con este papel de “limpiaba” la superficie del plato, y después de esto, se colocaba en una bolsa de plástico. Desplacé la mirada a escasos tres metros hacia atrás del lugar donde se colocaba la humilde señora que era la responsable de la venta, y vi, recargadas sobre la pared de la escuela, juntas una tras otra, las bolsitas con las servilletas y los infaltables vasos desechables de unicel. Por supuesto, alguno perro buscando también en ellas el sustento del día y de paso, dejando sus excretas por lo comido el día anterior. Ni qué decir, que no hay una superficie libre de este lenguaje que se le identifica como “grafiti”, que, a su paso y presencia, hacen muy feos los lugares donde se pintan.
Lo que eran las banquetas, no tenía la tradicional capa de polvo, era una gruesa cubierta de arena, que con el ir y venir de automóviles y camiones de todo tipo, se va a cumulando en los espacios destinados a los transeúntes. Y, estando en una pandemia, que sí tiene fatales consecuencias, de hecho, encontramos cubrebocas tirados en el piso, en algunos casos, los que fueron más discretos, acomodados en un rinconcito de algún muro.
La reflexión para esta ocasión.
Pertenezco a una generación del siglo pasado. De hecho, nací y crecí en una comunidad que adquirió el nombre de la factoría que ahí se estableció, el “Ingenio Libertad” en el estado de Veracruz, que producía azúcar derivada de la caña. Los edificios principales fueron: el Ingenio; la Iglesia y la Escuela Primaria Federal, “Gral. Manuel Ávila Camacho”, en reconocimiento a la incansable labor que hizo en favor de la región. También en la región de Martínez de la Torre, promovió el establecimiento del Ingenio Independencia. Independencia y Libertad, fueron conceptos convincentes y promovidos, como una causa revolucionaria que, el Gral. Ávila Camacho, sostuvo hasta sus últimos días.
En esos tiempos, tuvimos, como parte de nuestra formación, dos actividades que, hasta la fecha, pasaron a formar parte de mis valores personales.
La primera de ellas, fue la que conocimos como el día del “aseo general” de nuestra escuela. Esto significaba que los días viernes, a partir de las 11:00 hrs., todos, profesores y alumnos, sin distingo alguno, organizadamente dábamos inicio a la limpieza de nuestra escuela. Así, aprendimos a barrer, a trapear, a limpiar los vidrios con una dilución de agua y vinagre y movimientos circulares con periódico. Nos quedaban “rechinando” de limpios. Acomodar la basura en los depósitos destinados para ello. A recortar, con machete, la hierba de nuestros jardines. En su momento, pintamos las ventanas, castillos y paredes. Y muchas actividades más. Al final, dejar todo en su lugar. No se perdían lápices, ni libros, ni libretas. Nada. Aprendimos a respetar lo ajeno, a no robar, a no mentir y ayudarnos unos con otros. Todas estas actividades, bajo la mirada siempre vigilante de nuestros Maestros. Maestros que, fueron siempre, humildes, honorables y comprometidos, en honrar su profesión con el lema de su organización sindical “Por la Educación al Servicio del Pueblo”.
La segunda actividad, fue que, nuestra escuela, tenía un predio al que se le identificaba como “huerta escolar”. Asistíamos con nuestros Maestros a realizar actividades de siembra, cosecha, limpieza de los árboles frutales, retiro de piedras, y muchas actividades. Esta simple acción, nos enseñó a vivir con la naturaleza y a respetarla. A entender que los árboles, las plantas, son seres vivos y como tales debemos considerarlos. Con la venta de los productos, en su mayoría cítricos, la escuela se proveía de material de limpieza para todo el año, de manera que cada viernes sí teníamos con que hacer nuestro aseo general.
Por lo anterior, actualmente, estoy educado a no tirar la basura en la calle, a colocarla en su lugar, a respetar los espacios públicos para el fin que han sido diseñados. En especial, entendí que el espacio de una Escuela, debe ser considerado un lugar sagrado, pues ahí se realiza la más significativa labor el ser humano, que es la enseñanza, la transmisión de conocimientos, el aprendizaje de los valores cívicos. Ciertamente, la adquisición de los valores morales, es en el hogar, con la familia.
Siendo el cambio, el más permanente signo de los tiempos, pues estos han cambiado. Al parecer, la Educación sobre el Respeto y la Limpieza en nuestra ciudad, no es la moda. Como que no se adquiere en la Escuela ni tampoco en el Hogar. Los resultados de nuestro comportamiento, nos llevan a tener que aceptar que perdimos la pelea, frente a las malas costumbres.
Si bien, estamos viviendo una época de alto consumo, en mi perspectiva, no justifica que, seamos ciudadanos sucios, con nuestro entorno. Sin respeto al medio ambiente, ni a la ecología. Somos destructores de lo que ha sido muy bello en nuestras vidas: la naturaleza.
Cabe preguntarnos ¿Hacia dónde queremos ir, con estas costumbres?
No es por asustar, pero estamos trabajando muy fuerte hacia nuestra autodestrucción. En la intención de producir los bienes de consumo que la humanidad demanda, hemos afectado a nuestro medio ambiente y a la ecología, de manera grave y cuyas consecuencias ya están presentes.
Por cierto. Con datos de la ONU, en el mundo hay por lo menos 2 mil 200 millones de personas que no tienen acceso al agua potable, el que es considerado un derecho humano por excelencia. En nuestro país, los recursos disponibles de agua, se consideran que están bajo estrés hídrico por su sobre explotación.
Reciba mis cordiales saludos.
Galdino Rubio Bordes. spgrb19@gmail.com