Existen, en efecto, tambores de guerra en el oriente europeo, en la frontera entre Ucrania y Rusia para ser más exactos. Las preguntas son si se concretará esa tensión en un enfrentamiento abierto, cuándo sería e inclusive si podría darse una guerra cibernética.

El punto de inicio de todo el conflicto actual es la negativa de Rusia a que actuales países que antes eran parte de la desaparecida Unión Soviética, continúen sumándose a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuya contraparte por lustros fue el Pacto de Varsovia, ya desaparecido.

Tras la extinción de la Unión Soviética inició un proceso relativamente lento pero constante de adhesiones de ex países soviéticos a la también llamada Alianza Atlántica, en el marco de su alejamiento de todo lo que fuera soviético y aprovechando la debilidad política y económica de Rusia, la heredera soviética.

Albania, Bulgaria, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia y Rumania son ejemplos de lo anterior, no así Bielorrusia y Ucrania, una especie de muro fronterizo entre Rusia y los países de la OTAN hacia el Occidente, mientras al sur ruso Georgia espera que la Alianza Atlántica le dé alguna respuesta concreta sobre su petición de adhesión.

En realidad, tan importante es el ingreso de Georgia a la OTAN como el de Ucrania, sin embargo por ahora la tensión se centra en este segundo país, entre otras razones, porque la península de Crimea ya se anexó a Rusia y en su territorio se encuentra la base naval rusa de Sebastopol.

Ucrania tiene fuertes lazos históricos con Rusia, y una visión no geopolítica podría hablar de hermandad social. Pero en la realidad estratégica, la pérdida del ascendiente político ruso en Ucrania y más su adhesión a la OTAN, sería un revés muy importante para el presidente ruso Vladimir Putin, que internamente ha consolidado su dominio y anulado toda oposición, con el más importante oponente, Alexei Navalny, en prisión hace un año y ahora considerado terrorista y extremista, lo que garantiza que siga en prisión al menos una década.
Ucrania, en consecuencia, tiene un doble valor: servir de valla fronteriza ante la expansión de la OTAN hacia el oriente europeo, es decir, Rusia, y mostrar que la fuerza interna que ha logrado Putin vale también en lo internacional.

Como en las viejas épocas de la guerra fría, el enemigo principal de Rusia es Estados Unidos. Es muy probable que Moscú esté calculando que en Washington existe debilidad en la posición del presidente Joe Biden, quien no ha entregado buenas cuentas en su primer año de gobierno, y se enfrenta a que enviar tropas a un enfrentamiento abierto con Rusia disminuiría su ya baja popularidad y afectaría al gobernante Partido Demócrata en este año de elección congresional.
Esto parece descartar el escenario de una guerra abierta en Ucrania, a menos que Rusia decidiera jugar con audacia y valorando que Alemania pudiera decidir no enfrentársele -lo que debilitaría un frente militar de la Unión Europea- ni arriesgar el abasto de gas ruso que recibe, tomará la decisión de una invasión veloz que sometiera en pocos, muy pocos días, a Ucrania, enfrentando a Occidente con un hecho consumado, y posibilitado por la debilidad militar ucraniana.
La política de sanciones, aunque sea personalizada como ha amenazado Estados Unidos en referencia a que las aplicaría de manera directa a Putin o sus más cercanos, podría erigirse en otra opción, con la opción de que la alianza de Rusia con China se fortalecería, consolidando el muro chino-ruso hacia Occidente.

Quedaría también la opción de una ciberguerra, donde Moscú atacara la infraestructura ucraniana mediante internet, lo que la paralizaría y abriría las puertas a un gobierno más amigable hacia Rusia, que inclusive podría renunciar al ingreso a la OTAN, sobre lo cual debe de haber luz a finales del próximo junio, cuando ese punto al igual que la adhesión de Georgia, se debe decidir en la cumbre de la Alianza Atlántica.

Como se ve, todas las opciones parecen estar en juego en un ajedrez muy peligroso.
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