Thomas Hobbes, filósofo inglés, transcendental teórico en la conformación del Estado moderno expresó: “El hombre es un Dios para el hombre, pero también es un lobo para el hombre.” Es iluminación divina para sus seguidores porque los embelesa a través de acciones, los transporta con palabras alentadoras vertidas hacia ellos, para convencerlos y hacerlos sus súbditos, o bien, es el hombre enemigo del hombre, porque está en constante y permanente competencia contra ellos, con el fin de someterlos dominarlos.

El hombre en su estado natural participa en condiciones de guerra contra todos, sostiene disputas para su subsistencia, también lucha por el deseo de poder, participa en jaleos para poseer riqueza, se empecina por lograr conocimientos que contribuyan a ser más preparado. Además, el hombre siempre está ávido en recibir honores, para tener poder o prestigio y el deseo que lo embarga solo concluye con la muerte. Para el logro de cualquiera de los hechos ya consumados fue indispensable sentir esa fuerza interna, ese apetito desmesurado conocido por pasión, solo que a veces, en el exceso de esa fuerza interna vuelve obsesión y eso conlleva en perdida de la realidad.

El hombre en su estado naturaleza siempre ha tenido deseos, aspiraciones, ideales y siente pasión por lo que añora, lo cual es positivo. Sin embargo, las pasiones no siempre están asociadas a la moral, o apegado a un sistema de creencias, tampoco acopladas a las reglas sociales, ni sujeta a las leyes; sino a la búsqueda de su bienestar a través del dinero o del poder político, para obtener el poder por el poder y entonces los invade la codicia y la ambición. Por fortuna hay políticos que velan por el bienestar social, en promover el desarrollo de comunidades.

Para el logro de cualquiera de las manifestaciones de poder, usa la violencia como recurso para imponer la ley del más fuerte y para ello se vale de diversos recursos para anular a los rivales. Hacen uso de variedad de violencia: psicológica, física, económica, patrimonial, laboral, familiar y mediática o publicitaria; entre otros. Sin embargo, la violencia institucional es la que más afecta a los oponentes en el campo político, a la sociedad, porque la violencia procede desde la cúpula del poder.

El poder que tiene el gobernante le sirve para dejar huella a través de políticas sociales a favor de los más desheredados, por haber sentado las bases del desarrollo y crecimiento económico. La autoridad no sirve para propiciar la violencia enfrentando a grupos sociales y políticos que solo separan más la voluntad de participar en bien del país. Los agravios externados a los que piensan diferentes, las ofensas evitan la unidad entre la ciudadanía.

No está de más tener presente las distintivas palabras del filósofo francés de nombre Gustave Belot: “el que trabaja por la justicia, trabaja para todos, mientras que los violentos no trabajan sino para ellos mismos, y algunas veces, a fin de cuentas, contra ellos mismos”. Trabajan contra ellos mismos porque al minimizar a los opuestos, les faltan el respeto y ellos se defienden degradando la investidura del gobernante.

La preocupación de los filósofos políticos es destacar que el uso la violencia, genera más violencia, con ello se pierde la civilidad de los gobernados y se acentúa más la posibilidad de vivir en paz. Y solo se incrementa la paz en los sepulcros y desestabiliza la tranquilidad de familias. Asimismo, afecta la imagen del país en el plano mundial por los constantes hechos delictivos que suceden día con día. El enfrentamiento a golpes entre fanáticos de los Gallos de Querétaro y el Atlas se ha dado conocer por destacados periódicos, espacios donde destacan los actos de salvajismo, porque se golpeaba a los heridos ya tirados en el suelo. Por eso, estamos en regresión al señorío de la violencia.