Por: Christian Falcón Olguín

En 1601, el dramaturgo, actor y poeta inglés William Shakespeare (1564-1616), escribió el libreto de una de las obras teatrales más icónicas a nivel mundial, “La Tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca”, referente indudable, de las representaciones artísticas en las llamadas “tragedias de venganza inglesa”, las cuales, serían emblemáticas durante el periodo de la reina Isabel I, y qué, la obra sería llevada a la puesta en escena en el antiguo y mítico teatro de “El Globo” de Londres.
El argumento shakespeariano de aquel “príncipe danés” está lleno de elementos de traición, venganza, desamor y tragedia; los versos describen al nostálgico príncipe Hamlet, quien tras la muerte de su padre, el Rey Hamlet, recibe la visita inesperada de un espectro que personifica a su padre, quien le confiesa que ha sido víctima de un atroz fratricidio, consumado por parte de su hermano, el ahora Rey Claudio, quien además se ha casado con su viuda, la Reina Gertrudis, acto que desata desde el purgatorio la tétrica propuesta de vengar su muerte; sin embargo, para cumplir tal encomienda, Hamlet decide hacerse pasar por un príncipe loco que ha perdido la cordura, ante dicha actuación los miembros de la corte real de Elsinor se preguntan si el motivo de tal desgracia es causada por el amor hacia la doncella Ofelia o si tal vez le ha trastornado la muerte de su querido padre.
El desarrollo de la historia lleva a que dentro del reino de Elsinor, la conspiración, la lucha e ignominia por el poder sean una constante, por lo tanto Hamlet debe mostrar su astucia e inteligencia detrás de la máscara de falta de juicio, quedando en momentos en las condiciones propicias para atentar a su tío, el rey Claudio, y cumplir su promesa hecha al espectro de su padre, en cambio, en esos momentos donde podía hacer valer su justicia la duda le ensombrece para abstenerse de atacar, llevándole a reflexionar acerca de la escatología de la muerte, del mas allá, del alma inmortal y del purgatorio por la responsabilidad de sus actos.
Sin embargo, el infortunio se hace presente cuando Hamlet, en un arranque de ira y confusión le quita la vida a Lord Polonio, chambelán y consejero del rey; dicha acción llevará a que después su hijo Laertes reclamé ante el Rey su intención de vengarse del príncipe danés por el crimen cometido hacia su padre. La petición será llevada a un duelo del cual no se tendrán sobrevivientes, pues desconocen que existe veneno untado en la punta del florete o espada de Laertes, siendo el propio rey Claudio quien ha actuado de manera oculta, dando tal indicación a sus consortes con el fin de afectar al príncipe nostálgico, pues quiere continuar tras bambalinas con los crímenes de envenenamiento desde la máscara de la hipocresía y la discordia, llevando con ello a que el reino se ensombrezca entre la tragedia y el desencanto moral de una decadente corte real, que solo el genio shakespeariano sería capaz de transportarnos a través de sus letras.
Destaco la escena más memorable del tercer acto de la obra de Hamlet, con el monologo: “ser o no ser, esa es la cuestión”, con el cual se interroga de forma escatológica y existencial: ¿Qué será más noble al espíritu, el soportar las injusticias, o tomar acción para combatirlas?, reflexión desde los valores morales y éticos, ya que la duda por cumplir la promesa a su padre, al mismo tiempo, le lleva a cuestionarse la magnitud con la que su conciencia le condenará y castigará por llevar a cabo tal venganza, mostrando con lo anterior a un príncipe danés como una persona íntegra y moral, que se resistía a consumar un crimen a pesar de que Hamlet se refería a vivir en tiempos difíciles e injustos, que le hacían llevar una pesada carga para sobrellevar su existencia.
En fin, la obra shakespeariana de la tragedia del príncipe Hamlet tiene múltiples interpretaciones, en cada uno de los cinco actos que le integran, sus interacciones y diálogos invitan en la actualidad a la reflexión después de cuatro siglos, y en esta ocasión con paralelismos qué, como ciudadanos podríamos recapacitar como coparticipes de una obra social.
Por tanto, hay que darle prioridad a participación, y no al quedarse como espectadores, en estos tiempos de cambios políticos y sociales, donde debemos ser más críticos y autocríticos con quienes tienen la responsabilidad de gobernar con el propósito de mejorar las condiciones sociales de progreso, igualdad y justicia.
Del mismo modo, haciendo referencias desde un ámbito teatral, con quienes aspiran a gobernar desde el espacio político de una candidatura dentro de un proceso electoral, la duda no cabe en el tintero, ni debe ser guardada en algún cajón bajo llave, es necesario buscar, escudriñar y descubrir a partir del libreto de cada una de las opciones que reflejan desde el espejo, al personaje que se representa en la palestra de la política; en esta temporada, hay que hacer una pausa a la lectura del folleto y a la publicidad desde la marquesina teatral, es preferible, vislumbrar los verdaderos alcances que su interpretación histriónica ofrece e impacta a la audiencia, más allá de promesas de campaña y discursos;
Es preciso reconocer el estilo y las acciones que encuentran al verdadero rostro del interprete, aquel que comprende sensiblemente y conoce la manera de interactuar con el público, aquel histrión que busca hacer su mejor papel como un futuro gobernante, teniendo presente que su desempeño lleva consigo la censura de recibir hasta el escenario el abucheo del respetable, o en su caso, la motivación de llevarse el aplauso de un público embelesado por su interpretación en la obra política teatral: “Ser o no ser simpatizante”.