Por: Mónica Teresa Müller

Las dos mujeres acordaron el encuentro. Julia está ansiosa, pasaron años sin verse. Ha regresado luego de huir de Buenos Aires para poner distancia entre ella y Tomás. Se siente fortalecida. Quiere ver a Lucía, su casi hermana, la amiga que sabe escuchar, callar y respetar los silencios. La mujer se aproxima a la ventana, la hora del encuentro se acerca, su cuerpo tirita. Desde el ventanal observa la Avenida Corrientes, las luces descubren el cartel iluminado del Hotel del Bajo, siente que se ahoga y en un instante regresa al pasado.
Camina de nuevo por el primer piso de ese hotel. Tomás la lleva acurrucada contra su torso. Es la primera vez y ella mira todo; en su pueblo no hay lugares con pasillos alfombrados y habitaciones que se alquilan por hora ni mucamas silenciosas.

Por un segundo, el ayer se desdibuja. En el hoy sabe que el hombre abusó de su inocencia. Fueron muchas veces que, por él, aceptó hasta humillaciones. Recrea con dolor aquella noche, la última, en la que se presentaron dos hombres en la habitación de la pensión que ocupaba con Tomás. De nuevo escucha las explicaciones, que todo era una confusión, que lo buscaban por un negocio y que se quedara tranquila. Escucha sus gritos. Los recuerdos la sofocan, respira con dificultad. De nuevo el hombre aparece frente a ella sosteniéndola por los brazos e impidiéndole escapar. El puñetazo sobre su rostro parece despertarla. Ése fue el momento justo para huir.

La Avenida Corrientes se siente partida. Julia golpea el ventanal con las palmas de las manos, queda quieta con los brazos extendidos y la frente apoyada sobre el vidrio.

— ¡Yo era el negocio!- grita.

Está exhausta. Le parece haber revivido todo. Acerca el sillón frente a la ventana mientras trata de controlar la respiración. La reconforta la yapa de tibieza que le deja el sol al abrazarla. Necesita música que atempere su espíritu. Los compases de Claro de Luna de Beethoven se mezclan con los bocinazos y cánticos de los hinchas de fútbol que festejan el triunfo de Argentina.

Julia se recompone, su amiga merece un buen recibimiento. Las calles del pueblo se incluyen, sin proponérselo, en las imágenes de los recuerdos. Lucía y ella en las tardes infantiles, las escapadas para fumar a escondidas; ansía verla, sonríe, su amiga siempre en busca del amor para casarse y tener muchos hijos. Siente la felicidad de ella como propia.

— Se lo merece, es buena persona- susurra.

Es la hora. La joven se alista y sale del edificio; camina y piensa que Buenos Aires merece ser añorada. Todo brilla con la misma luz y se opaca con las mismas sombras. El semáforo en rojo la detiene y le permite disfrutar de imágenes reservadas.

Llega al lugar de encuentro. Se sienta a espaldas de la entrada principal. Quiere que Lucía la busque, quiere disfrutar de su sonrisa. De pronto, la ve reflejada en el espejo que cuelga de la pared frente a ella, Lucía no está sola. Teme. Entonces, Julia intenta que la columna oculte su presencia.