El abasto de agua enfrenta problemas y en México, al menos, los signos de que se le dé atención están lejanos y son pocos. Así lo demuestra el caso de Nuevo León en general y de su capital Monterrey en particular.

Pero además del problema específico en esa entidad y esa ciudad, se pasa por alto que en todo el país parecen escasear las políticas para prevenir el desabasto, ante lo cual debemos de tomar medidas porque se trata de un problema básico y de alcance mundial.

Y además de mundial, complejo. Como en otros rubros, se reproduce el tema de quién debe encargarse de la prestación del abasto de agua. En México el derecho al agua en cantidad y calidad suficiente data de 2012, pero como todos los derechos, uno de sus “talones de Aquiles” es cómo se financia hacerlo realidad, si a través de empresas privadas o por entidades gubernamentales.

Pero el centro del tema se encuentra en responder la pregunta de si existe agua suficiente para las necesidades humanas, que van más allá de las que se refieren a la propia persona, sino también a las de corte agropecuario e industrial, porque es impensable una persona sin alimentos ni bienes.

Estamos hablando de la atención de las necesidades de siete mil novecientos millones de personas, prácticamente ocho mil millones, de los cuales cifras de Naciones Unidas señalan que alrededor de dos mil millones, es decir, casi una cuarta parte, no tienen acceso directo al líquido.

Las cifras de Naciones Unidas en su reporte “Abordar la escasez y la calidad del agua” disponible en el portal de la UNESCO, ofrecen de entrada una visión tranquilizadora: el agua dulce disponible en el planeta alcanza para su población.

Pero al mismo tiempo da un diagnóstico contundente en unas cuántas líneas: “su distribución es desigual tanto en el tiempo como en el espacio, y mucha de ella es desperdiciada, contaminada y manejada de manera insostenible”.

El cambio climático, que aún muchos en todo el mundo siguen negando, se hace presente en el tema del agua, sobre todo al agravar la falta del líquido en las zonas áridas y semiáridas. Y aquí debemos recordar que la mayor parte de México se encuentra en ese tipo de regiones.

El World Resources Institute señala que con solo el uno por ciento del Producto Interno Bruto mundial, alcanzaría para que toda la población tuviera garantizadas sus necesidades de agua para 2030, y cuantifica en 70 por ciento del total del agua que se utiliza, como usado para la producción de alimentos.

Y más aún, muestra zonas donde la seguridad y la estabilidad se encuentran potencialmente amenazadas por la escasez de agua. La mayoría se encuentran en África, en particular en su zona media-norte, donde se ubican Malí, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Libia, Etiopía, Madagascar y ya en la península arábiga, Yemén. En Asia, Irak, Afganistán, Pakistán, zonas del oriente de India y Bangladesh.

Mucha de la conflictividad que se vive en esas regiones tiene como trasfondo el acceso al agua, pero no hay que ir tan lejos. En nuestro continente la aprobación para que en la ciudad boliviana de Cochabamba una empresa privada se dedicara al abasto de agua, originó a principios de este siglo una lucha de oposición por parte de la población.

México no es ajeno a potenciales conflictos de este tipo, no solo internos sino también de corte internacional, ya que mediante tratados internacionales nuestro país comparte con Estados Unidos los recursos hídricos de los ríos Bravo, Colorado y Tijuana. Esta distribución originó problemas cuando México debió pagar sus cuotas de agua a Estados Unidos, lo que generó amplia inconformidad en Chihuahua.

En uno de sus informes Naciones Unidas llama “oro azul” al agua, un nombre que en realidad se queda corto ante su importancia, la cual supera a la de cualquier otro tipo de riqueza, incluído el uranio, el petróleo o el tan de moda litio. Y como vemos en la crisis de Monterrey, acciones de fondo no se ven.

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