El gatopardismo o lampedusiano es un término curioso utilizado en Ciencias Políticas y en lenguaje político corriente, en general. El hecho o procedimiento de «cambiar algo para que nada cambie», tiene su origen en la paradoja expuesta en la novela “El gatopardo”, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente:

«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.
¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado.

…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».

La historia se sitúa justo durante la unificación italiana llevada a cabo por Giusseppe Garibaldi y narra la vida del príncipe Don Fabrizio Salina, un hombre lúcido, sensible al cambio de los tiempos, pero, a la vez, deseoso de conservar los valores de su clase: la aristocracia decadente de 1860. Salina tiene un joven petulante y fogoso sobrino al que permite –como parte de su plan, digamos, conservador– unirse a las fuerzas rebeldes de la burguesía garibaldina. Este sobrino se llama Tancredi que se infiltra en las fuerzas revolucionarias por medio de los ardores combativos de un joven de su clase, a quien permite arrebatos guerreros y rebeldes.

La sagacidad del príncipe Don Fabrizio Salina logra que Tancredi enamore y hasta contraiga matrimonio con Angélica, la hija de Don Calogero Sedara, un tosco, plebeyo y ambicioso representante de la ascendente burguesía. Tancredi acepta, recibe con calidez y hasta seducción el ingreso de Angélica en el medio aristocrático que él representa y custodia. Así, luego de un deslumbrante baile donde convergen todas estas fuerzas políticas y personales aparentemente antagónicas, Don Fabrizio Salina siente, con dolor, la cercanía de su muerte pero sabe, con honda alegría y serenidad, que los valores de su clase no han muerto, que formarán parte de los nuevos tiempos. Que, en suma, la aristocracia seguirá viva porque él supo cambiar con los tiempos, supo cambiar lo que era necesario cambiar para que nada cambiara.

Surgió entonces ese concepto: gatopardismo. Era la lucidez que tenía una clase social para mantener, conservar sus valores dentro de los cambios revolucionarios.

Don Fabrizio Salina era un aristócrata y su problema (aquello que venía a cuestionar en totalidad su mundo) era la burguesía.

En los sesenta era casi inevitable (dentro de las filosofías de la historia, es decir, dentro de aquellas visiones progresistas, evolucionistas de la historia) que se reemplazara a la aristocracia por la burguesía y se viera en todo burgués conciliador a un personaje que deseaba “contener la marcha de la historia”.

De este modo, todo reformista, todo conciliador, todo burgués bien intencionado era un perverso gatopardista. Un tipo casi peor que los peores reaccionarios, ya que era un taimado, un ladino, alguien que no iba de frente, alguien que no quería cambiar el mundo por motivos revolucionarios sino que meramente aceptaba y propiciaba ciertos cambios para que todo siguiera igual.

Esta versión se basa en una interpretación de la historia como progreso constante y era patrimonio de la izquierda, a la cual le es constitutiva la idea de progreso. Pero, así como la burguesía había superado a la aristocracia (lo que permitía el gatopardismo del príncipe Salina), el proletariado superaría a la burguesía, lo que explicaba el pérfido gatopardismo de tantos burgueses que se disfrazaban de transformadores. Duro con ellos, no había que creerles: eran gatopardistas. No querían el verdadero cambio, el cambio revolucionario. Querían cambiar algo para que nada cambiara, como el sagaz príncipe de Salina.

¿Por qué recordar esta obra literaria? Bueno, después de las elecciones del pasado 05 de junio se debe estar atento a los compromisos que se realizaron durante la campaña electoral y que se lleven a cabo sin menoscabo tal como se plasmaron y prometieron.

Esperemos no existan timadores que cual “lobos con piel de cordero” solo sean oportunistas que no cumplirán lo que prometieron en campaña, que no se vuelvan “gatopardistas” que busquen “que todo cambie, para que todo siga igual” y de esta forma el esperado cambio en este país no llegue. Pero, estos son tiempos de vendavales democráticos y no existirán intereses individuales, ni corrupción, ni impunidad.

¿Tú lo crees?… Estemos atentos.